Conclusión
--Recomiendan limitar a dos horas diarias el tiempo de un niño frente al televisor.
-¿Si? ¡Me habría perdido todos los alargues y penales!
--Recomiendan limitar a dos horas diarias el tiempo de un niño frente al televisor.
-¿Si? ¡Me habría perdido todos los alargues y penales!
Enrique Ramírez Capello
Leí desde niño. Mucho. A Cervantes y Shakespeare, los inevitables. A Manuel Rojas, Homero Bascuñán y Federico Gana. Además, a los historiadores de primera jerarquía.
Pero física y matemática me ahuyentaban, al revés de Miguel Ponce, Osvaldo Durán y Paulo Ferruz. Ellos eran mis condiscípulos en la Escuela Domingo Matte Mesías de Puente Alto. Hasta que llegó el hermano Luciano, con su sotana negra y su cuello blanco, identificación de La Salle. Bajito y delgado, silencioso y disciplinado, persuasivo y talentoso.
Él nos enseñó de manera simple, aunque no renunció a su información profunda y sólida. Nicolás Porras Zúñiga -su nombre de civil- impartió clases en El Vergel, donde se instruían los futuros hermanos.
Por su formación religiosa, debía ir a la Pontificia Universidad Católica, mas hubo algunas situaciones que ya se desdibujan y estudió en el Pedagógico de la Universidad de Chile. Allí se especializó en estas asignaturas crípticas para mí.
Cuando fue profesor de nuestra Promoción del 61 estuvo con los directores Ramón, Arturo (alemán) y Manuel Cepeda. En 1962 sintió otros llamados y se retiró de la Congregación, con el permiso pertinente de El Vaticano.
Nació en el cerro Barón de Valparaíso y años después se trasladó a Maipú con su innumerable familia. Cuando viajó a Cerro Sombrero, en Tierra del Fuego, para tomar exámenes libres, conoció a Krasna Kusmanic, yugoslava, profesora de biología y química. Se casó con ella y nacieron Karina y Ninoska. La primera es psicóloga e ingeniera comercial; la otra, dermatóloga.
Nicolás Porras tiene 87 años y sigue escribiendo libros para la Universidad Federico Santa María, a la cual ingresó en agosto de 1974. Me visita con gentileza en la casa de reposo 'Nueva Aurora', donde resido. Me cuenta que su esposa murió cuando Ninoska apenas tenía dos años. Él las mudaba, alimentaba y las llevaba a la sala cuna de la universidad porteña. Después al jardín infantil, a las primarias y a las secundarias y también la universidad. No volvió a casarse, solamente sus hermanas le ayudaban.
Nicolás Porras es un hombre sabio principalmente en física. Este año tiene que resolver 370 problemas, que le demandarán los doce meses. Me lo cuenta sin vanidad, casi con timidez. Y en plan casi de confidencia me comenta que a veces se extravía en su Valparaíso, donde vive en los aledaños del Congreso Nacional.
En afán festivo me relata que un día se perdió y vio tantas luces de neón que creyó seriamente que estaba en Tokio. Hasta que vio el letrero de un supermercado nacional. Con su afecto volvió a ser mi gran profesor de las asignaturas que yo temía.
Física y matemática me ahuyentaban, al revés de Miguel Ponce, Osvaldo Durán y Paulo Ferruz. Ellos eran mis condiscípulos en la Escuela