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Bío Bío, región turística y patrimonial

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El 24 de mayo recién pasado la máxima autoridad regional, convocó a la creación de un Comité Asesor para el desarrollo del turismo histórico-cultural de la Región del Bío Bío cuya finalidad es ser una instancia de consulta y de apoyo en el trabajo que liderará el Consejo de la Cultura y Sernatur, en el marco del desarrollo del Turismo Histórico-Cultural, considerado uno de los ejes de la estrategia regional.

La iniciativa reconoce la importancia que tiene hacer una puesta en valor del patrimonio de nuestra zona y, a través de ello, contribuir a darle una riqueza cultural al enorme potencial turístico que ya se tiene. En tal sentido, el turismo cultural debe ser entendido como aquella forma de conocimiento motivada por conocer, descubrir, experimentar y comprender diferentes culturas, formas de vida, tradiciones, monumentos, lugares históricos, festividades ancestrales y populares, etc., elementos todos que generan una identidad singular de una región, de su sociedad y de quienes la componen.

Lo que pretende la iniciativa es que la oferta turística regional agregue los elementos culturales más significativos, que estos sean atractivos para quienes nos visiten y que sean factibles de gestionar turísticamente para que la zona sea reconocida también como un destino rico en identidad y tradiciones. Así el nexo entre patrimonio y actividad turística quedaría establecido y afianzado.

Nuestra región goza de una riqueza histórica incontrarrestable. Aquí se escribieron páginas gloriosas de la historia patria, en esta tierra de frontera se forjó nuestra identidad. Bío Bío es la cuna de Chile, Concepción es la ciudad de la Independencia. En nuestra zona nacieron grandes próceres como Prat y O'Higgins, por las calles de Concepción se pasearon figuras ilustres de la política nacional.

Pero lo histórico no es lo único. Ñuble es el espacio de la Independencia y lugar donde emergieron Claudio Arrau, Ramón Vinay y Violeta Parra, figuras universales de la cultura. Por su parte, el borde costero es zona de una rica historia industrial desde Lota hasta Tomé. Arauco, entre tanto, nos ofrece un crisol de culturas cuyas huellas permanecen en nuestro presente. Recorrer el borde del río Bío Bío es adentrarnos en aquella efímera ruta del oro y el Alto Bío Bío es reconocido como el país pehuenche, el Valle del Itihue, el Bío Bío insular, la comarca de Saltos del Laja, nos ofrecen una variedad de paisajes, historias y personajes que pueden resultar de gran atractivo para quienes nos visiten.

Hoy el turista inquieto busca no sólo un espacio de descanso y recreación también un lugar donde pueda ver lo que ha sido la aventura del espíritu del hombre y eso es lo que acá les podemos ofrecer y con creces.

El plan urbano

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Las ciudades chilenas crecen desordenadamente, de manera no orgánica, porque no hay un plan o un diseño antes de crecer, ni un pensamiento público sobre su desarrollo. Las ciudades inicialmente, cuando nacen, pueden crecer de manera espontánea, o con mínimas reglas. Las ciudades mayores difícilmente funcionan sin haber previsto o guiado su forma, organización física, y también la organización social y cívica. Menos funcionan si no se manejan las ciudades complejas en el mundo actual, repletas de gente, de edificaciones y de artefactos o máquinas móviles, y sobre un territorio de producción y de actividad económica mayor.

La planificación urbana es una herramienta que se usa en el mundo para manejar las ciudades o el problema urbano. Pero planificar de verdad significa conocer, pensar, diseñar y aplicar medidas físicas, sociales y políticas.

Y para esto debe haber una voluntad política que organice, gestione, implemente y financie toda una instrumentación planificadora y llegue a materializar sus objetivos, o sea a manejar la ciudad y su transformación, su crecimiento, evolución y desarrollo verdadero.

Eso, que a las autoridades de otros países les parece como lo elemental que hay que hacer, y lo hacen, en Chile no se hace. Se hace algo parecido, pero no es lo mismo. Solo se hacen planes reguladores urbanos (aunque no del territorio extra urbano o rural), y un plan regulador urbano es un instrumento técnico-legal que solo permite controlar en algún grado (bastante mínimo en realidad) el crecimiento de una ciudad, pero nunca su verdadero desarrollo, concepto que implica el florecimiento de valores agregados más importantes que el mero crecimiento físico.

Planes de desarrollo urbano aquí prácticamente no se hacen y por lo mismo ni se conocen. Un plan urbano, un proyecto urbano no es lo mismo que un plan regulador: éste es apenas una parte casi elemental de lo que sería un verdadero plan urbano, pero desgraciadamente en Chile se confunden, tanto por las autoridades del Estado (en los tres estamentos clásicos) como por la gente común, y también por la más ilustrada.

¿Por qué sucede esto? ¿Siempre fue así? No siempre fue así, pero es así desde el drástico cambio que significó la imposición por la fuerza del modelo de desarrollo llamado eufemísticamente economía social de mercado, que entre otras cosas trató de minimizar el rol del Estado (la subsidiariedad del Estado) y por ende debilitar la planificación profunda de la economía, del pensamiento colectivo sobre desarrollo económico. A la vez, no tocar la planificación del desarrollo social y verdadero; y en lo que nos concierne en este texto, se llegó al límite de abjurar de la planificación física, tanto del territorio del país como de la planificación urbana.

Quienes quisieron imponer esas ideas lo lograron. Pero no fue de forma natural, y todos sabemos como fue: por la fuerza, en ausencia de una democracia válida. Recuerdo haber sido casi violentamente descalificado en reuniones técnicas por el solo hecho de exponer la idea de planificar. Un importante empresario inmobiliario presente me dijo que yo era un profesional atrasado, obsoleto y que planificar, ya no se usaba.

Simce: ¿Equilibremos la cancha?

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El Mineduc enfrenta una gran presión para eliminar el Simce que, como cualquier prueba de conocimientos, sólo logra entregar información parcial y descontextualizada, y los profesores y alumnos lo saben. Por esta razón, es un instrumento sospechoso para muchos. Sin embargo, no es ni bueno ni malo; lo negativo ha sido la interpretación de sus resultados. Y en esto, el Mineduc ha sido históricamente el principal responsable.

El aprendizaje es un fenómeno complejo que depende de múltiples de factores y no sólo de la educación recibida en el sistema escolar. Como ya se ha demostrado hasta la saciedad, también influye decisivamente el ambiente social y cultural donde está inserto el estudiante, su salud, sus hábitos de estudio, sus intereses, sus valores y creencias, su madurez psicológica y su historia familiar. Para qué insistir en que las expectativas de padres y profesores juegan también un rol fundamental en el rendimiento académico de los jóvenes. Atribuir los resultados del aprendizaje en cierta disciplina a la capacidad intelectual del estudiante o a la calidad de la educación que imparte un establecimiento refleja un reduccionismo inaceptable. Nuestras autoridades no han logrado explicar las complejidades de la docencia a la comunidad, sino que han dejado que se obtengan conclusiones simplistas en detrimento de la profesión docente y la educación pública.

Si el Mineduc no asume la responsabilidad de ayudarnos a interpretar seriamente el Simce, entonces seguiremos culpando, injustamente, a los profesores y a los colegios. Seguiremos castigando a la educación por una inequidad que no puede resolverse con las herramientas que tiene. En este escenario, por el bien del país, sería preferible eliminar el Simce.

En cambio, si la interpretación de este instrumento nos ayuda a diseñar sistemas de alerta temprana, a apoyar a los estudiantes más vulnerables o a implementar nivelaciones culturales, reforzar hábitos y potenciar talentos, entonces habremos apuntado correctamente. Si con el análisis de sus resultados detectamos los verdaderos obstáculos para lograr aprendizajes significativos y comenzamos a enfrentarlos, modificando el currículo para superarlos, entonces habremos avanzado hacia una educación de calidad.

Si en lugar de desincentivar la vocación docente utilizamos la gran cantidad de estudiantes de pedagogía para apoyar a los colegios vulnerables con tutores familiares, orientadores vocacionales, consejeros culturales y académicos, y además, si creamos una red de apoyo de carácter nacional, entonces habremos comenzado a combatir la inequidad. Si el gobierno, la sociedad y el sistema educativo se comprometen en una alianza estratégica que logre una reforma que trascienda las ideologías, entonces lograremos despegar. Si el Simce no se usa para etiquetar o clasificar sino que para emparejar, entonces podremos sentirnos tranquilos con el futuro de nuestros jóvenes. El Simce no debe ser una retroexcavadora ni una aplanadora, sino que más bien una motoniveladora. ¡Usémoslo para equilibrar la cancha!