El derecho a la vida
Es interesante cómo se nos pone etiquetas sociales dependiendo del punto de vista de nuestro oponente en las ideas en discusión. Si digo que creo profundamente en el valor del derecho a la vida del ser humano, muchos podrán pensar que soy progresista.
Si señalo que este derecho a la vida es nuestro aún antes de salir del vientre materno, probablemente en la coyuntura actual algunos me considerarán conservador. Si agrego que me opongo a matar con premeditación, un niño que no se puede defender por estar en el vientre de su madre probablemente me ganaré con merecimiento la etiqueta de conservador virulento.
Al parecer, el derecho a la vida del más indefenso de los indefensos, para este mundo que se empeña con locura en encajar en la modernidad y ser llamado progresista, tiene una menor relevancia que el derecho de la mujer a hacer lo que quiera con su cuerpo. Por tanto, defender la vida del no nato tiene sesgos conservadores, huele a viejo, a diferencia del derecho de elección de la mujer que es progresista. ¿En qué mundo absurdo estamos viviendo?
Nadie puede negar el dolor que puede sentir una mujer y su familia en las tres situaciones sobre las cuales se pretende legislar. Pero ese dolor, esa tristeza que es profunda, no tiene relación con el sensacionalismo mediático con el que a partir de casos terribles pero aislados se intenta generar la regla general y que se usan de ejemplo una y otra vez para defender la posición 'progresista'.
A riesgo de que termine la lectura de esta columna en este instante me permitiré explicar porqué miles como yo creemos que legislar sobre este tema es errado:
En Chile cualquier mujer puede recibir el tratamiento necesario para curarse de una enfermedad mortal. La legislación sanciona el aborto sólo cuando el acto cometido apunta a matar al niño en el vientre materno. Eso no ocurre con un tratamiento normal, que se aplica para salvar la vida de la madre.
Tenemos que distinguir entre el ser humano no nato que ha muerto (no se puede matar lo que está muerto) y el feto que está enfermo y por lo tanto lo más probable es que morirá al nacer. Sólo este último caso corresponde al de inviabilidad del feto. Pero ¿qué es ser inviable? Que no sirvo, que no aportaré nada a la sociedad, que soy sólo un problema. Caben entonces en esta categoría los enfermos terminales, los niños con enfermedades invalidantes severas y toda aquella condición humana que la modernidad considere sin valor. El feto considerado inviable no es una cosa, es un enfermo al que hay que acompañar y constituye una injusticia matarlo sólo porque vivirá unos segundos o minutos fuera del vientre de su madre.
Los casos de embarazos producto de una violación son de naturaleza distinta ya que la nueva vida ha surgido de un acto violento de la peor clase. En esta situación no se trata primordialmente de la salud de la madre, sino que el embarazo es consecuencia de un crimen. ¿Debemos curar una gran injusticia con otra injusticia mayor, matando a un ser humano que no puede defenderse y que no tiene culpa de la injusticia cometida a su madre? No se lava una injusticia con otra, el dolor permanece y no hay reparación.
Gustavo Alcázar