El primer mensaje
En rigor, el de este 21 de mayo no será el primer mensaje de la Presidenta Bachelet. En su primer período estuvo cuatro veces en el Salón de Honor del Congreso en el mismo trámite. Esta vez, sin embargo, hay diferencias.
La principal: Michelle Bachelet no es la misma que conocimos en su primer gobierno. La Nueva Mayoría que la apoya ahora es más amplia que la Concertación.
Chile esta vez tiene una Presidenta con más experiencia y la oposición no la combate por ser mujer sino porque enfrenta a una mandataria muy cómoda con un abrumador apoyo popular. La oposición tampoco tiene en el Congreso Nacional la fuerza que tuvo en los primeros gobiernos de la Concertación, incluyendo, en su momento, senadores designados y vitalicios.
La consecuencia más importante de todo ello es la convicción de que el gobierno -cualquier gobierno- debe hacerse cargo, sin dilación, de sus promesas. Ya a nadie duda de que un gobierno de sólo cuatro años es terriblemente exigente. Casi no hay luna de miel y en los primeros cien días debe imprimir el sello de sus realizaciones. Esto explica la reiterada objeción de la Alianza por Chile, que pide más tiempo. También les duele a los opositores cada votación que pierden en el Poder Legislativo.
No es algo agradable, pero en democracia quien tiene la mayoría tiene derecho a usarla No es la Presidenta ni son los ministros ni los parlamentarios oficialistas a quienes se debe responsabilizar. Fueron miles de chilenos los que -voto mediante-le dieron su apoyo como candidata. Lo que ahora hace la Presidenta simplemente es usar ese apoyo. Puede ser duro, pero no es antidemocrático. Por el contrario, lo antidemocrático sería dejar de lado el programa que se ofreció al país.
En esta perspectiva, cuesta entender algunas exageraciones, como las de la comentarista Mary O'Grady, del Wall Street Journal:
'… la señora Bachelet y sus secuaces en el Congreso están dando señales de un cambio en el juego que sugiere un retorno a la polarización política de la década de 1970. Es difícil evitar la conclusión de que ven a sus mayorías legislativas como la oportunidad para finalmente introducir a la fuerza el sueño utópico del fallecido Presidente Salvador Allende en la garganta colectiva chilena'.
El choque de consignas como ésta puede dejar muchos heridos en opositores y gobiernistas, empezando por quienes esperaban cambios mágicos una vez terminado el gobierno de Piñera.
Mi impresión es que vamos hacia un escenario positivo. Pero se trata de un proceso inevitablemente gradual y, por lo tanto, lento.
¿Cómo aplacar, entonces, las protestas -legítimas o no- de los que creen que no pueden esperar?