En una pequeña sala de madera ubicada en el primer piso del Hospital Regional Guillermo Grant Benavente se encuentra la oficina del Ropero del Hospitalizado 'Damas de Amarillo'. Están en el mismo sector donde funciona el área de Imagenología, por lo que no es extraño que los usuarios golpeen a la puerta y pregunten si allí se practican las resonancias magnéticas o radiografías. Este voluntariado clínico es uno de los nueve que funcionan actualmente en el Hospital, a los que también les llaman, coloquialmente 'las damas de colores', debido a sus uniformes en distintos tonos que las identifican y diferencian.
NUEVE AÑOS EN CONCEPCIÓN
Esta iniciativa comenzó por un grupo de esposas de médicos en Santiago, en 1953. En Concepción, en tanto, fue el 11 de mayo del 2005 cuando Edith Flores Becerra creó la filial, 'con la ayuda del director de la época del Hospital, Marcelo Yévenes y el asistente social, Jorge Alarcón'. Ella es la presidenta del grupo penquista, sin embargo había sido voluntaria de esta institución benéfica durante 16 años en Curicó. 'Tuve cáncer y me dije a mí misma 'si sigo aquí, voy a ayudar al prójimo'. Por eso llegué a las Damas de Amarillo en Curicó y, cuando a mi marido lo trasladaron a trabajar a Concepción, me motivé de formar un grupo aquí, porque no existía'.
Ya son nueve años de trabajo, los que define como 'enriquecedores al saber que ayudaste a quien lo necesita'. Es que, justamente, la labor de este grupo compuesto por 12 mujeres, hoy en día, es entregarle ropa y útiles de aseo a los pacientes que lo requieran. Por lo mismo, de lunes a viernes y divididas en dos turnos -mañana y tarde-, recorren cada rincón del recinto hospitalario, visitando cama por cama todas las salas, averiguando quién necesita ayuda. A eso agrega que, en aquellos casos que sea pertinente, también colaboran en la compra de medicamentos o de pasajes cuando los pacientes han sido dados de alta y no tienen cómo volver a sus casas.
Las cuotas de la voluntarias y una colecta anual que se lleva a cabo en octubre, son el modo de financiamiento, y aunque parezca poco, afirma que jamás les han faltado los recursos para realizar su labor, aunque no desconoce que también reciben donaciones de ropa en buen estado y diversos insumos como papel higiénico, toalla nova, pijama, pañales o pasta de dientes, entre otras cosas.
LIDIAR CON EL SUFRIMIENTO
En un lugar como el hospital todos los días se ven situaciones que llegan al corazón. Por eso, aprender a lidiar con el sufrimiento es un camino que se construye paso a paso.
Rosa Montes Aravena, voluntaria hace ocho años, cuenta que siempre le ha gustado ayudar. Las Damas de Amarillo no son su primera experiencia, durante muchos años trabajó en Coanil, ya que le gustan mucho los niños. Pero, trabajar en un hogar no es lo mismo que trabajar en un hospital. 'Acá se ven situaciones muy fuertes. Al principio llegaba muy afectada emocionalmente a mi casa al ver tanto sufrimiento. Pero con el tiempo uno se va acostumbrando a verlo', dice. En eso concuerda Rosa Barahona Labbé, quien también es voluntaria hace ocho años y antes había ayudado en el Hogar de Cristo, porque 'a pesar de que ésta es una misión muy linda, requiere de una fuerza emocional muy grande. Uno ve a los enfermos día a día, nos encariñamos con ellos, hemos tenido niñitos y niñitas regalones, que luego vamos a las salas y no los encontramos. Es una pena muy grande que también nos sucede con los abuelitos y los adultos', cuenta.
ACOMPAÑAR Y ESCUCHAR
Rosa Montes asevera que 'se ve cada caso en que los sentimientos no se pueden desligar, pero el mejor consuelo es saber que se hicieron todos los esfuerzos por ayudar, sobre todo espiritualmente'. Es que, además de la ayuda material que prestan, su misión no termina ahí, sino que también se trata de atender y escuchar a los pacientes. Ella asegura que es eso lo que más necesitan los pacientes, conversar, contar su historia y sus problemas, 'por lo que es importante dedicar diez o veinte minutos a hablar con ellos. Por eso, después de todo, es una misión satisfactoria, yo llego feliz a mi casa después de atender a mi gente', reflexiona.
En ese sentido, aunque las emociones están a flor de piel, al escuchar a los pacientes y al acompañar a los familiares en esperas que, muchas veces, son largas, ellas deben ser fuertes. 'A veces hay que ser como un payasito, no hay que quebrarse, porque las personas están desahogando su dolor y uno debe levantarles el ánimo', dice. No es extraño que se encuentren con personas que luego de tanto sufrir, ya no tienen ganas de vivir, pero 'tiene que salir algo del alma para poder darles fe, aunque después uno salga de ahí y la pena sea enorme, la que aumenta cuando estamos frente a personas que tienen muchas ganas de vivir y el destino les gana la batalla', manifiesta.
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Situaciones adversas se viven día a día. No obstante, eso no disminuye sus fuerzas, porque hay más personas que las necesitan, aunque sólo sea para conversar. Además, las voluntarias afirman que jamás un paciente las ha recibido con una actitud negativa. Por el contrario, por el color de su uniforme les llaman, entre otros apodos, 'los soles', ya que muchos creen que estas mujeres son como un rayo de sol que ilumina aquellos sitios del hospital que, debido al dolor y a las carencias, suelen ser oscuros. 'La gente es muy agradecida, aunque sea un rollo de toalla nova lo que reciba', puntualizan.
Por eso no se cansan de ir al Hospital a visitar a quienes ellas consideran su gente, sus pacientes, principalmente porque saben que en esta realidad, desconocida por muchos, falta mucho cariño e, incluso, la esperanza, por lo que 'a veces, sólo el hablarles de Dios les da fuerza', manifiesta Edith Flores.
Por lo mismo, lo único que anhela para el futuro de las Damas de Amarillo es seguir adelante con la misión, haciéndolo de la mejor manera posible.