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El lado íntimo del movimiento estudiantil

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'El vals de los inútiles' (2013) es un documental construido con imágenes que en todo momento comunican al espectador, dicen y lo proyectan frente a una realidad incómoda. Son éstas las que llaman a la reflexión. Es el pensamiento que desde el inconsciente fluye para situarnos en un momento histórico que no pierde 'vigencia', el de las marchas estudiantiles hace tres años.

Este contexto espacio/temporal le sirve al director Edison Cajas para orientar y enfocar su película en dos personajes. Son dueños de historias potentes desde veredas opuestas, precisamente, por tiempo y espacio. Cada uno tiene el suyo particular.

Darío es un alumno -espejo de la realidad nacional contingente- que pierde el año escolar en el Instituto Nacional. Ello, simplemente, porque su existir deambula por meses de tomas y marchas.

En el otro extremo nos encontramos con Miguel Ángel, un hombre entre los 50 y 60 años. Actualmente se desempeña como empresario exitoso y profesor de tenis en ese Chile donde muchos no se quedaron pateando piedras. Sin embargo, en un momento lo pasó realmente mal, en 1979, cuando fue considerado un terrorista en tiempos de la dictadura.

EL VIAJE INTERIOR

Con dos personajes, dueños de destinos que se cruzan durante las 1.800 horas de la Maratón por la Educación (2011) en Santiago; Cajas nos lleva por un viaje colmado de emociones y momentos (in)quietos.

Instantes donde la cámara se pone a disposición de discursos consecuentes con ideales, registrando el tiempo en un espacio que pareciera no tener fin. El destino acá está condenado al 'fracaso', en el marco de una realidad inquietante. Y ello va para ambas generaciones del registro. El adolescente deambula, transita por calles vacías, por destinos inconclusos, por juegos sin sustancia. Como 'El baile de los que sobran', la canción de Los Prisioneros que sirve de leitmotiv de la cinta; Darío desarrolla miedos y aprensiones que se asemejan a las de Miguel Ángel. Por lo menos, durante la cantidad de horas de la maratón que los cruza. Es alguien que no ha podido -por más que lo intente- superar el pasado. Acaso ¿una condena?

Finalmente, es la cruz con la cual ambos deben cargar, vidas que no son plenamente felices, pese a la 'comodidad' en que existen: El joven es institutano, por lo tanto, sujeto a una buena educación; mientras que él es un empresario con éxito.

Sin embargo, está latente la falta, la suspensión de anhelos que, simplemente, no resultan, no son. Es ahí donde el viaje/trayecto propuesto por el realizador se torna en el gran supuesto de la construcción audiovisual. Se torna en una película que observa, transmitiendo emociones emergidas desde el cotidiano.

Escenas, fragmentos con una duración que le permiten al espectador ingresar a los niveles interiores de puesta en escena. No se queda en la superficie -el objeto-, sino que transita hacia los niveles de personajes e implicancias. Detalles que le otorgan mucha validez a este 'vals' de imágenes. Unas que desde lo cotidiano proyectan interiores -los personajes- que no caen en la emocionalidad fácil, sino que en la emoción verdadera.

La producción de la cinta tomó casi dos años, hasta su llegada al Festival de Cine de Valdivia el 2013. Allí fue destacada con el Premio Especial del

Nombre: 'El vals de los inútiles'.