Si pudiésemos esclarecer las actuales relaciones amorosas, podríamos sostener que están en una línea de transformación, un ajuste en donde permanece el deseo tradicional de conocerse y con el tiempo llegar a sentir un amor recíproco y de eterna permanencia.
El mayor autoconocimiento personal, motivaciones y expectativas de vida diferente, así como la aceptación de los afectos en diversas formas, han dado paso a nuevas configuraciones en las relaciones.
No se trata de emitir juicios generalizantes y creer que lo antiguo fue mejor, correcto e inmejorable. Muy por el contrario, la disposición es reflexionar en cómo las relaciones fueron transformándose en nuevas codificaciones como son los 'amigos con ventaja', 'andantes', 'amigos con derecho', 'relación abierta' o como les dicen graciosamente en Colombia una 'Sociedad íntima de derechos'.
Significativamente, ¿qué implica el no tener un nombre tradicional de relación?
Respuesta: en nada. La ausencia de nombre no se traduce en falta de compromiso o exclusividad emocional, puede sólo significar un proceso de transición o, en su defecto, una armoniosa configuración a partir de lo existente como una legítima necesidad de compartir el amor desde lo que hay y no desde una cobranza de lo que no son.
Tanto las relaciones como las personas son evolutivas y dinámicas, en lo que todo puede ir mudando en la medida de que las motivaciones y las expectativas sean compartidas. No es lo mismo involucrarse en una relación de 'amistad colorida' con la ilusión de que se transforme en pololeo y, finalmente, en un matrimonio; a valorar tener una 'amistad íntima' con la libre ilusión de caminar sin prisas en donde sea el tiempo y el destino el que le ponga nombre a la relación.
La respuesta para eso es 'conocerse a sí mismo y saber lo que se quiere'. Nada en la vida es del todo bueno o malo, porque existen 'encuentros' destinados a permanecer por siempre, otros para aprender y otros que ayudan a otros a crecer.