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Compartir dormitorio con hermanos no afectaría el concepto de privacidad

Con acciones cotidianas es posible enseñar a los niños la importancia de respetar los espacios y objetos ajenos. Una de situaciones donde esto juega un rol relevante es al dormir en la misma habitación, lo que puede favorecer los lazos y otorgar seguridad.

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Los valores y el sentido de la responsabilidad son elementos que deben ser enseñados por los padres, como fruto de la experiencia y enseñanzas de vida, transmitiendo así las normas y los modos de vida que definen a la familia. La privacidad de parte de ello.

Se trata de un aprendizaje que requiere que los niños puedan ser conscientes de que existen otros puntos de vista que deben tener en cuenta en su relación con los demás.

Según explicó la psicóloga y directora del área de Educación de Inacap Concepción-Talcahuano, Evelyn Martínez, reconocer que "ellos no son el centro del universo" se logra recién al finalizar la etapa de niñez temprana (cerca de los 6 años), cuando los menores comienzan a comprender la perspectiva de los otros, teniendo grandes avances en lenguaje e incrementando la independencia, iniciativa y autocontrol.

Y como la familia a esa edad es el foco de su vida social, es el primer ambiente donde el sentido de la privacidad debe ser puesto en práctica.

La especialista sostuvo que lo importante es que los adultos tengan la capacidad de guiar a los niños a través de pequeñas acciones cotidianas que permitan entender la importancia de ponerlo en práctica. Una de ellas sería enseñarles que si una puerta está cerrada se debe golpear antes de entrar y esperar la respuesta de quien está adentro.

"Se puede comenzar con el baño, por ejemplo, que es un espacio privado que muchos papás vemos invadido por los niños desde que aprenden a abrir las puertas. Es importante hacerles ver que a veces como personas necesitamos estar solos, en determinadas situaciones y lugares y que ellos también pueden pedirlo, pero limitado a lo que como padres hayamos acordado. Por ejemplo diciéndoles que no pueden mantener puertas de habitaciones cerradas con pestillo cuando jueguen con sus amigos o hermanos", señaló.

UN MISMO ESPACIO

Uno de los momentos en que la privacidad y el respeto por el otro se pone a prueba es cuando, por distintos motivos, los niños deben comenzar a compartir dormitorio con alguno de sus hermanos (ver recuadro).

Álvarez afirmó que "los niños tienen que saber que, ya que van a tener que compartir su espacio, tienen que ser tolerantes con el otro, pero que esto no consiste en que todo lo que se haga tenga que ser compartido. Más aún, deberán aprender a ponerse de acuerdo en muchas cosas a realizar en este espacio, así como también a respetar al otro en lo que desee hacer en forma particular".

No obstante, a pesar de lo anterior pueden darse algunas situaciones que generen dificultades. La psicóloga Evelyn Martínez consideró que "la mayor complejidad se da cuando las edades de los que comparten son muy alejadas, debido a que están en procesos y períodos evolutivos distintos, por lo que sus intereses, gustos y actividades son diferentes".

Lo anterior podría desencadenar conflictos que, a juicio de la profesional, no siempre se resuelven separando los dormitorios, por lo que la clave está en ser capaces de enseñar a llegar a acuerdos.

MOMENTO DE SEPARARSE

Aunque no hay una edad aconsejada para que los niños, en el caso de que las posibilidades lo permitan, tengan que separarse y contar cada uno su propio dormitorio, hay otras consideraciones que cabe tener en cuenta.

Uno de ellas tiene que ver con que cuando los niños son más pequeños podrían manifestar miedo ante la perspectiva de estar solos, por lo que podrían mostrar rechazo a la propuesta de tener que separarse.

Para eso es que los padres deben ser capaces de crear para ellos espacios en los que sientan como propios y seguros, de manera de que se convierta en un incentivo para que quieran estar ahí.

"Además, no hay que olvidar que compartir espacios va cultivando también otro tipo de cualidades -como la capacidad de negociación, el ceder y la empatía-, que no deben descuidarse", agregó la docente de Inacap.

San Juan Pablo II, El Grande

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Dos grandes calificativos al comienzo y final de este título: el último se lo damos nosotros, porque él se lo ganó con sus obras; el primero lo acaba de rubricar el cielo, porque él también lo conquistó y el pueblo se lo aplicó en el momento en que dejara la tierra y partiera al cielo.

El "santo súbito" de tantas gargantas enfervorizadas el día de su funeral era la canonización de un pueblo, que el 27 ratificará la Iglesia luego del aval de Dios con el milagro hecho por intercesión de Juan Pablo II.

Pero los santos no nacen; se hacen respondiendo a la gracia que Dios nos da a todos, pues Él quiere que todos los hombres se salven.

El esfuerzo, la rectificación y la constancia terminaron en una vida santa; su vida fue un elegir la esclavitud que libera y rechazar la libertad que esclaviza.

Pero hay muchos santos que son resultado de un pararse, porque hasta la persona pudo escuchar el "corres bien, pero fuera del camino".

El santo no siempre fue el que no cayó nunca en el pecado sino el que se levantó siempre.

La representación de una vida de santo no es una línea recta con destino el cielo, sino una línea quebrada, cuya última fase le encontró en subida.

Tuvo un pontificado providencialmente largo y que llenó de obras que batieron récords: más de un millón trescientos mil kilómetros sumaron sus viajes, con los que habría hecho tres viajes de la tierra a la luna; 104 visitas pastorales fuera de Italia, -fueron 133 los países visitados- unidas a las 146 en tierra italiana.

Escribió 14 encíclicas, 11 Constituciones Apostólicas, 42 Cartas Apostólicas y 28 Motu propio. Beatificó a 1320 beatos y canonizó a 472 santos.

En 9 Consistorios Juan Pablo II nombró 232 Cardenales, y por más de mil audiencias generales semanales recibió a unos 17 millones de fieles de todo el mundo.

Fue un hombre de fuerte personalidad, pero austero. Juan Pablo II vivió con especial delicadeza el dolor de un corazón maltratado: le gustaba hacer muchos actos de desagravio por los pecados propios y los ajenos.

Todavía nos impresionan las imágenes de un hombre aplastado por el peso de la cruz: sus viernes santos en el Vía Crucis del Coliseo Romano, o su casi irse arrastrando por la Puerta Santa de la Basílica Romana en el Jubileo del Año Santo del 2000.

Fue un hombre entusiasmado con el mundo de los jóvenes, y como miraba siempre de frente con esa mirada que traspasaba el alma, a muchos animó a decisiones heroicas.

Por eso, quedarán como una obra suya las Jornadas Mundiales de la Juventud, que inició en 1983 en Roma.

En horas de su larga agonía, en la semana santa del año de su muerte escuchó los gritos y canciones de los jóvenes llegados a Roma desde tantos lugares del mundo y sus labios amoratados ya por el final que se acercaba musitaron: "Yo les he buscado a ellos y ellos me buscan ahora a mí".