García Márquez
"Pinta tu aldea, y serás universal", según las palabras del escritor ruso León Tolstoi, así el quehacer de Gabriel García Márquez: Pintó su Colombia y con ella su Aracataca, e insufló nuestras vidas y al planeta entero del realismo mágico, como lo constatan las numerosas ediciones de sus textos.
Mucho se podría decir de su narrativa, de su estilo y de su pluma, desde la Academia y los expertos, del conjunto de sus textos y de lo merecido del Nobel de Literatura, sin embargo, quizás aquella excelencia no se habría manifestado sin un principal ingrediente y es que en su infancia hubo un abuelo, contador de historias, algunas reales, otras creadas, siendo un estímulo constante en la imaginación del niño Gabriel, imaginación que se desbordó de imágenes, se tornó creativa, lúdica, expansiva; todo eso unido a un talento efervescente y que nos transportó en un vuelo fantástico por sobre América Latina y la universalidad.
Como en un caldero mágico, lo escuchado y lo elaborado personalmente en un amasijo literario, afloró en sus propios relatos que nos desafiaron el orden de lo establecido para embellecer todas las posibilidades.
Hubo un abuelo que tuvo un recurso nada de ostentoso ni difícil de acceder a él; escaso en la actualidad y que es el tiempo para detenerse unos minutos junto a los hijos y la generosidad para hacerlo, para estar presente ahí con ellos, en vez de comunicarse virtualmente .
Hubo un peregrinar nuestro a través de la lectura, gracias a estos seres que han tenido la capacidad de narrarnos otros mundos, de despertarnos la curiosidad y de instalarnos en el querer leer, conocer, leer, aprender, leer, crecer y volver a leer y será por ello que cuando estos seres se van, nos sentimos empobrecidos, aunque nos dejan un legado perdurable, felizmente para nosotros, los que gustamos de la buena literatura y de la magia de volver a releerlos y a re encantarnos, que mucha falta nos hace.
Violeta
Cáceres C
Escritora