Otras de Mundt
¿Genio o loco?
A veces son casi sinónimos.
Tito Mundt, periodista y escritor, tenía creatividad y talento; sensibilidad y buen gusto; amor por el arte y la improvisación.
Jamás transitó por los rieles de la convención ni se envolvió en las nubes negras de la monotonía.
Versátil, novedoso, refrescante.
Agudo en la observación, impresionista como el mejor pintor francés, desconcertante en la velocidad de su palabra hablada o escrita.
Embrujante, a medio camino entre el delirio y la ficción.
En su columna "Yo lo conocí" describía a personajes que acaso nunca vio ni entrevistó. Su imaginación era sin fronteras, ajena a los límites del raciocinio.
La chispa fue siempre mayor que el apego al dato exacto, al rigor intelectual, a la seguridad en la documentación.
Viajaba casi con desesperación en una época en la que no había tantas facilidades.
Con su máquina de escribir y un cepillo de dientes le bastaba, según su propia confesión.
¿Qué habría hecho hoy con internet, teléfonos celulares y tabletas? Su vigor tal vez lo empujaría a acciones rápidas y a un torrente noticioso sin par.
Sabrina Zollner, mi ex alumna de periodismo, me escribe para rescatar una anécdota. Mundt murió al caer de la terraza del club social Sportman, en el centro de Santiago. Sabrina me relata que su padre se aficionó a ese lugar, donde juega dominó y almuerza todos los días. La novedad: el año 2012 se incorporó por primera vez a una mujer. Ella es Bárbara Mundt, hija del atrevido reportero y actriz de teatro.
Mientras pergeño esta columna, evoco lo que contaba el múltiple escritor Enrique Lafourcade.
Él era editor de Zig Zag, importante empresa que imprimía revistas y libros.
Una tarde entró Tito Mundt a su oficina, hecho una tromba. En sus manos asía un montón de hojas. "Quiero leerte una crónica que escribí", le espetó a borbotones. Y comenzó a leer a mucha velocidad.
Largo rato.
Era una faena taurina. Brillante, enérgica. Plena de sangre, luces y arena.
Se entusiasmaba y crecían los adjetivos. No tenía sosiego y se inflamaba con sus descripciones.
"¿No te parece genial?", presionó.
A Lafourcade le gustaron mucho las imágenes y metáforas.
No obstante, advertía ciertos tópicos y lugares comunes. Pero a Mundt no se le podía hacer reparos porque su egolatría era fácilmente alterable.
Le dijo que sí, que la encontraba extraordinaria.
"¡Entonces, publícalas!", le gritó el ágil periodista, y le lanzó todas las páginas.
¡Estaban en blanco!
¿Genio o loco?