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País sísmico

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Los sismólogos han reiterado que no obstante que la ciencia no está en condiciones de hacer predicciones exactas sobre la ocurrencia de terremotos, hay muchas probabilidades de que éste pudiera ocurrir en el norte de Chile.

La serie de temblores que han ocurrido en las regiones nortinas desde la semana pasada constituyen una alerta de que vivimos en un país sísmico y debemos acostumbrarnos a ello. La belleza chilena tiene esa paradoja de golpearnos permanentemente con su fuerza. Y si hay algo cierto respecto a tal condición es que cada día falta menos para el próximo terremoto. No es posible saber cuándo ni dónde, solo que volverá a suceder.

Los expertos han dicho que el Norte Grande es el principal foco de preocupación por la energía acumulada por más de un siglo y por la recurrencia temporal que estos fenómenos tienen. Lo acaecido el fin de semana en Arica e Iquique, más allá del origen y relación que tenga con el gran terremoto esperado es un nuevo llamado de atención para estar preparados. Porque también podría ocurrir en otro lugar de Chile.

Es claro que lo fundamental es la actitud personal y de las familias, pues no se puede dejar todo en manos de las autoridades. Cada uno y sus relaciones más cercanas, debe saber qué se debe hacer en caso de tragedias de este tipo, conscientes que son fenómenos propios de una nación bajo el choque y fricción de las placas Sudamericana y de Nazca.

Es fundamental tener elementos básicos disponibles para enfrentar catástrofes de este tipo. Agua suficiente para varios días; una radio a pilas, velas, linternas y un plan de contingencia que permita a las familias reunirse en sitios puntuales en caso de que no puedan hacerlo en sus hogares. Parte de la población aún no sabe cómo comportarse, o dónde está su sitio de encuentro seguro.

A nivel macro, aunque Chile ha mostrado notables avances en seguridad, todavía resta mucho camino que recorrer. La bajada de las informaciones sigue siendo poco clara, dubitativa y hasta inoportuna, factor que es crítico cuando se trata de minutos que pueden salvar vidas. Hace sólo cuatro años lo vivimos.

Nunca se exagera cuando se trata de proteger la vida humana, ni tampoco se busca generar caos. Chile es un país de terremotos y eso no lo debemos olvidar.

Un Plan Marshall

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"Si la Región del Bío Bío hubiese crecido a la par que el resto del país durante los últimos veinte años, el tamaño de su economía hoy sería un 58% mayor al existente". Esta es la dolorosa frase que nos dijo el economista Jorge Marshall a pocos meses después del terremoto de 2010 ante una concurrida audiencia en el Club Concepción.

Al 2014, nuestra agenda regional persiste enfocada en la reconstrucción, en sus logros y desafíos pendientes, en un debate que ha sido sordo a los problemas estructurales que presenta el desarrollo de nuestra zona, advertidos por Marshall en reiteradas ocasiones.

En su análisis, en los últimos veinte años la brecha de crecimiento de nuestra región respecto del país muestra un sostenido aumento, equivalente a tener un terremoto 8,8 ¡cada cinco años! No nos hemos dado cuenta de la magnitud del impacto de nuestra baja capacidad para generar prosperidad y nos parecemos a esa metáfora de la rana en una olla que no se da cuenta de que se está cocinando.

La reconstrucción no era todo lo que había que hacer después del terremoto. Fuimos incapaces de levantar una seria agenda de desarrollo, pese a que hubo un ánimo colectivo en que gremios y universidades - cada uno a su manera- trabajó en propuestas de futuro, pero que no tuvieron un espacio ni en las autoridades locales, ni nacionales.

Estamos iniciando un nuevo periodo de gobierno, pero también la expresión de una nueva etapa para nuestra sociedad en que las expectativas ciudadanas son más centrales que antes para la política y la economía. En esas expectativas, la prosperidad de las regiones y en particular de la nuestra, es un temazo.

¿Cómo orientar un diálogo virtuoso en este escenario y que nos permita hacernos cargo de esas deficiencias estructurales? Primero, reconociendo que tenemos cimientos febles para nuestro sistema productivo y que determinan esa capacidad para prosperar. Entre ellos, una excesiva dependencia a una industria tradicional que tiene poca capacidad de adaptación a la influencia externa y una baja capacidad para levantar nuevos rubros. Eso determina efectos colaterales como fuga de talentos y pocas oportunidades. En segundo lugar, levantar la mirada hacia cómo queremos estar en 20 años más, con una visión compartida y a la vez desafiante. Esto implica superar esas ideas "pequeñitas", como las que habitualmente salen de las reuniones empresariales locales o esas ideas "megalómanas" sin base real como ser potencias mundiales en rubros que apenas subsisten.

Y la principal tarea es mirar el futuro desde la responsabilidad propia y no desde lo que el Estado o los políticos deben hacer por nosotros. Hacernos cargo de nuestro desarrollo en la región es quizá el acto de ciudadanía más importante que debemos emprender ya.