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El Fantasista

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Hernán Rivera Letelier es transeúnte de la pampa, hurgador de las salitreras, negociante de las pulperías.

Rescata historias, anécdotas y aventurillas del desierto.

Apela al humor y al amor para narrar sus obras y retratar a sus personajes.

"El Fantasista", novela editada por Alfaguara, coloca a los residentes de Coya Sur frente a dos hechos que transformaran definitivamente sus vidas: la clausura del campamento y el partido final de futbol contra María Elena, su sempiterno adversario. Solamente un milagro puede llevarlos al triunfo.

Ruegan por eso.

De pronto aparece un malabarista del deporte popular. "Ha llegado el Mesías de la pelota blanca", dicen entre plegarias.

El escritor sabe divertir y emocionar.

Su prosa es rápida, coloquial, desinhibida: "El hombre, al que denominaban Fantasista del balón, se llamaba Expedito González; era oriundo de la ciudad de Temuco, había asistido de invitado a un par de programas de televisión, y ahora andaba de gira por el norte del país "haciendo las delicias de la gente con sus extraordinarias habilidades". Algunos recortes, ya orinados por el tiempo, pertenecían a diarios de la capital y otros a las ciudades y pueblos recorridos. De la media docena de fotos, dos fueron las que nos impactaron y terminaron de convencer de que el cristiano que teníamos frente a nosotros era un profesional del fútbol. Una en donde salía cabeceando en la pista de ceniza del Estadio Nacional, repleto de gente, y otra en que aparecía posando en cuclillas en medio de Chamaco Valdés y Carlitos Caszely".

En sus textos, uno evoca a grandes narradores como Homero Bascuñán, quien escribió multitud de columnas sobre la pampa, relatos que parecen dejar huellas en Rivera Letelier. Y el antofagastino Andrés Sabella, autor de "Norte Grande", la gran novela épica de las salitreras.

"El Fantasista" rueda con un estilo brioso: "Sentado en una piedra a la orilla de una cancha, Expedito González se maravilló de la descomunal trifulca que constituía la pichanga, con más de cuarenta viejos por lado. Ahí, en esa colosal majamama de patadas, encontrones y caballazos eran muy pocos los que se veían jugando con zapatos de fútbol; la mayoría lo hacía con calamorros de seguridad industrial -de esos con punta de fierro- o con alpargatas de cáñamo, y no pocos de esos salvajes corría a pata pelada por esa abrupta carpeta calichosa que era el terreno de juego".

El esplendor de las oficinas salitreras se extingue, muere.

Hernán Rivera Letelier conoce los hechos y los traspasa con ritmo acelerado: "Porque estaba profetizado por el hermano Zacarías Ángel que Coya Sur no iba a transformarse en otro pueblo fantasma, como los tantos diseminados a través del desierto, sino que además de ser abandonado, desmantelado y desbaratado, sería borrado para siempre de los mapas geográficos y políticos de la República de Chile".

Continúa la crisis absoluta: "Solo el viento y los remolinos lamen las piedras y peinan el terreno árido de la cancha de fútbol donde, todavía, con un poco de cálculo e imaginación se puede adivinar el rayado del rectángulo, el círculo central y las áreas grandes y chicas. Y si se tiene un poco de suerte y más o menos se sabe de qué se está hablando, es posible ubicar el lugar exacto donde estuvo marcado el punto penal del arco oeste".

Porque allí cayó muerto el Fantasista de la pelota blanca. Desde donde se pateó el penal del último partido, que se jugó antes de la llegada del fin del mundo.

El concepto de patria

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Ver llorar a dos mujeres ucranianas residente en Chile por lo que sucede en su país y escuchar a un grupo de venezolanos lamentarse por la suerte de la patria lejana conmueve.

Años atrás en Bruselas, mi madrina y amiga Magdalena Matamala, quien vivió siempre en la capital de Bélgica, el mismo lugar que acogió sus cenizas, me contaba que conocida la noticia del golpe militar, lloró a gritos y puso una cueca como música de fondo al lamento por la patria herida y lejana. Fue conmovedor escucharla, aunque me resultaba curioso porque hay algunos conceptos, como el de patria, que no me llegan directo al corazón. Es más racional, algo lejano, sobre todo en tiempos de globalización, de fronteras físicas diluidas en aras de las tecnologías de la información, de grandes e importantes desplazamientos de personas de un lugar a otro del planeta.

Me hacen más sentido los conceptos de hogar, pueblo, idioma, país, comunidad. Todos ellos constituyen la patria. Es cierto. Quizás mi recelo con el término patria tiene que ver con el uso (y abuso) de la palabra en el gobierno militar; en las arengas y/o en los excesos de algunos gobernantes que tienen como bandera el nacionalismo exacerbado.

La patria es algo que me ha sido dado, que me tocó, y de lo cual no me quejo. Muy por el contrario. Pablo Neruda habla por mí: Esta es mi patria y aquí viven mis sueños. Cuando pequeña, de eso hace ya muchísimos años, recitaba emocionada una poesía en homenaje a la bandera, mientras que concurría entusiasta (como tantos niños de ayer y de hoy) a observar los desfiles militares. Era lo que entendía como actividades patrióticas.

Y uno aprende con los años ¡vaya que novedoso! Aprende y entiende el tema de la patria, de tantos que han debido abandonarla y observarla a la distancia; de aquellos que deben partir en condiciones miserables, que no sienten apego ninguno al lugar donde están por obligación; que añoran sin descanso; que regresan y que pese a las dificultades se sienten a gusto al retornar al terruño. El tema es viejo como los tiempos, desde Ulises , enfrentándose a los lestrigones , a los cíclopes , al fiero Poseidón, para volver a su amada Itaca.

Una de mis lecturas veraniegas fue "Las vacas de Stalin" de la escritora finlandesa Sofi Oksanen, que resultó coincidente con el tema. Algo así como ¿qué es uno en el universo?, ¿cuál es mi patria?, ¿de dónde soy?, ¿a qué lugar realmente pertenezco?, ¿cuál es el idioma que hablo y el que "debo" hablar por razones de seguridad del Estado?. La novela es la de tres generaciones de mujeres de Estonia, una de las repúblicas del Báltico, junto a Letonia y Lituania, otrora bajo el dominio soviético. La abuela relata la sinrazón y el gran terror de un dictador de la talla del que menciona el título y que también regía su pequeño país. Su hija una ingeniera que se casa con un ruso y parte a residir a Helsinski. Es decir, viven a medias entre la libertad y la censura y deben guardar silencio para poder entrar y salir de sus respectivos países. La única hija, una veinteañera recibe todos los impactos: habla perfecto tres idiomas (estonio, ruso y finlandés) ninguno de los cuales considera suyo. Vivió toda su vida entre la opresión y la libertad, pero no es lo que más le importa. Quiere una identidad, un lugar donde ser (no sólo donde estar), una lengua fija con la cual expresarse sobre todo en el amor. La agobian las críticas cruzadas sobre las maneras y usos de los tres lugares por los que transita por la vida, Tallin, Moscú, Helsinski. Tanta transculturalización le sienta pésimo. El grito ¿de dónde soy realmente? se traduce en anorexia y bulimia. Quiere dejar de decir adiós a cada instante a un país, piensa que sólo así se sanará del cuerpo y del alma, podrá amar con libertad. Quiere una patria definitiva.

Resulta impactante la historia cuando se ha tenido siempre un pequeño lugar en el mundo, cuando no se conoce el desarraigo. La patria nos da una sensación de seguridad y de apego y puede-incluso- sanar nuestros dolores, aunque cada cierto tiempo nos aterroriza con terremotos, maremotos y dictaduras. Además, no cuesta nada querer (y sentir) a este "largo pétalo de vino y nieve", Neruda otra vez. Dejo constancia: no es chauvinismo, sólo la sabiduría que dan los años.

El lugar de las humanidades en la universidad

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Dado que uno de los temas de discusión más relevantes en el actual contexto nacional es la calidad de la educación, nos parece de gran importancia reflexionar sobre el lugar de las humanidades en la universidad, sobre todo en el marco de los desafíos que enfrenta esta institución como ente generador de opinión informada. La Universidad de Concepción, en particular, se encuentra en un momento propicio, que no debe desperdiciar, para manifestar su visión acerca de las distintas áreas del saber y de su manera de cultivarlas.

A nadie se le ocurriría preguntar cuál es el lugar de las ciencias y de las técnicas dentro de los saberes propios de las universidades, de la misma manera que el acuerdo general da a estas un lugar destacado dentro de los saberes "útiles". El lugar de las humanidades es complejo. Por una parte, y dado que están intrínsecamente relacionadas con manifestaciones propias de los seres humanos en su relación con la historia y el mundo, como el lenguaje y las lenguas, el pensamiento, la creatividad, la memoria, la escritura y las artes, las humanidades interesan y convocan a toda la humanidad, lo que justificaría la tendencia a sentirse autorizado a emitir juicios sobre ellas. Por otra parte, las humanidades son disciplinas del saber que se cultivan de manera especializada, al igual que las disciplinas científicas, sociales y técnicas. Es por esta razón que no solo reclaman un espacio para su desarrollo en el seno de la sociedad, requiriendo entonces políticas públicas, sino que también necesitan un espacio adecuado en el ámbito del saber y en las instituciones que trabajan en torno a este, como son las universidades.

En tanto dominios del saber, las disciplinas humanistas, como la filosofía, la historia, la lingüística, la traducción, y los estudios literarios, musicales y plásticos, producen conocimiento y comprensión histórica sobre las prácticas culturales con las que la humanidad se expresa y ha expresado, de allí que un país y una universidad que no comprendan el valor y la función de las disciplinas humanistas son instituciones y países que se niegan a pensar sobre lo que ha hecho y hace persistir a la humanidad. Por eso, una universidad de excelencia debería favorecer el desarrollo armónico y equitativo de todas las disciplinas universitarias, entre las cuales las humanistas reclaman su verdadero valor, el valor del conocimiento y la comprensión de las prácticas culturales históricas que, por supuesto, no solo no se puede medir en términos de "utilidad" económica, sino que tampoco en términos del amor a lo accesorio y a "lo bello", como algunos parecen creer.