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Desafío pendiente

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Se inicia un nuevo año estudiantil en sus variados niveles. En la Región del Bío Bío más de 193 mil alumnos de enseñanzas prebásica, básica y media retornan a las aulas. Así también, comienzan nuevos intentos por elevar el nivel de los diferentes ciclos de la educación, seriamente cuestionados, tanto por el tema de la gratuidad como por la calidad, más grave aún.

Hay estudios que son dramáticos negativamente y que indican que un 65 por ciento de los chilenos con educación superior entiende solamente los textos simples; un 27% no entiende lo que lee ni está en condiciones de realizar cálculos básicos.

Además, entre los adultos, un 80 por ciento se ubica en los niveles más básicos de comprensión.

Antecedentes realmente dramáticos y que deben llamar a una profundísima reflexión. Mientras la discusión se dirige a la prohibición real del lucro, no con el mismo nivel de preocupación se discute las gigantescas deficiencias en la calidad de la educación en todos sus niveles.

El que jóvenes con entre dos a cinco años de educación superior apenas comprendan textos simples y extraer información de ellos, o resolver una o dos operaciones matemáticas a la vez, tan elementales como sumas o restas, resulta impactante, porque no pueden analizar información o resolver un cálculo complejo.

Ese es el nivel de habilidades que tiene el 65% de los egresados de institutos, centros de formación técnica y universidades chilenas, de acuerdo con el Estudio Competencias Básicas de la Población Adulta 2013, realizado por el Centro de Microdatos de la U. de Chile para la Cámara Chilena de la Construcción.

Se trata de casi dos tercios de los profesionales chilenos, quienes están bajo los niveles considerados aptos para desempeñarse en el trabajo y la vida diaria. Un 27% de ellos ni siquiera supera el nivel básico de competencias; no entienden lo que leen, mientras otro porcentaje similar tampoco puede realizar operaciones matemáticas del nivel de las realizadas por un niño de 10 años.

La calidad de la educación superior es baja, pero el proceso negativo comienza en los primeros niveles.

Gigantesco desafío pendiente.

El cáncer del idioma

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Un "garabato", conforme la octava acepción del diccionario de la Real Academia Española, es una "palabrota". En otras palabras: un "dicho ofensivo, indecente o grosero". El Manual de Estilo de El País prefiere hablar de "palabras malsonantes". Más cercano a nuestra realidad, el Diccionario del Uso del Español en Chile (Duech), lo incluye sin equívocos: Garabato es una "grosería, expresión considerada poco decente e irrespetuosa".

Cualquiera sea el diccionario que se consulte, es un hecho que el "garabato" dominó los debates de los primeros días de Festival de Viña del Mar. Hubo "garabatos" en el repertorio de todos los humoristas. El resultado fue desigual: aunque todos serán revisados por el Consejo Nacional de TV, tres fueron premiados por el rating (Rey Ting, lo llamaba Guillermo Blanco) mientras que el tercero, Ruddy Rey, debió soportar estoicamente una larga pifiadera. La sorpresa fue Gigi Martin, que antes hizo de muñeco humano en el dúo Melón y Melame. Esta vez estrenó un muñeco similar a Augusto Pinochet.

El asunto saltó más allá de las fronteras cuando el gobierno de Bolivia anunció su protesta por algunos chistes considerados "racistas". "Los bolivianos también ahora quieren salida al mar, deberíamos darles mar para que sepan lo que es un tsunami", rió Hugo Silva, uno de los integrantes de "Los locos del humor". También deberían protestar los parientes de las víctimas del maremoto. ¿O es, acaso, la tragedia del 27/F un tema para chistes? ¿O que el Pinochet de caricatura niegue cualquier responsabilidad en la desaparición del muñeco Melame?

En la discusión asomaron dos bandos: los que aseguran que el "garabato" es parte integral de nuestra idiosincrasia y los que estiman que es un cáncer del idioma. Los primeros lo aceptan todo. Los segundos creemos que hay que reaccionar, entre otras cosas porque por esta vía pone en peligro la enorme riqueza del castellano. Nuestra amplia gama de palabras y expresiones hace posible una buena comunicación. Justamente lo contrario ocurre cuando todo se reduce a algunos al uso elemental del "huevón" y sus derivados, sin ningún matiz.

En charlas en colegios de Santiago, como miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, he subrayado este punto con un ejercicio de imaginación. ¿Qué pasaría si algunos poemas tradicionales los "tradujéramos" al idioma que se hace habitual entre nosotros?

Ejemplos: Neruda escribió: "Me gustas cuando callas". ¿Cómo se diría en el neo-habla en uso? ¿"Cierra el hocico, huevona"? ¿Cómo sonaría "él pasó con otra", de Gabriela Mistral? ¿El huevón anda hueveando con otra huevona?

Se podría pensar que el irreverente antipoeta Nicanor Parra soportaría mejor este juego. Francamente, no: "Estoy viejo, no sé que me pasa", no es lo mismo que "soy un viejo huevón que no tengo idea de qué chuchas me pasa".

Si lo anterior no resulta claro, veamos lo imposible que sería -por lo menos para mí- someter a esta prueba los delicados versos de Max Jara. "Ojitos de pena, /carita de luna,/ lloraba la niña/ sin causa ninguna".

Ni modo, como dicen los mexicanos.