Bitcoin y la necesidad de un lenguaje global
Se hace necesario analizar uno de los hitos tecnológicos del año recién terminado. De esos que parecieran sorprendernos semana a semana, con nuevos anuncios de productos y/o plataformas digitales que en algún momento fueron inimaginables. En este caso me refiero al "bitcoin", la moneda electrónica descentralizada.
Satoshi Nakamoto son dos palabras claves para hablar de esta criptodivisa. ¿Nombre o seudónimo? Nadie lo sabe, puesto que el creador (o el grupo de ellos) se mantiene en el anonimato. Solo está claro que la idea del bitcoin (junto con su protocolo TCP y la red P2P que permite su intercambio) fue concebida en 2008.
Sin embargo, fue durante estos últimos meses cuando comenzó a fluctuar con niveles de demanda bastante cambiantes. En 2012, un bitcoin equivalía a 5 dólares; en abril parecía dispararse a 266; a junio llegó a 120; en octubre tuvo su peak sobrepasando los 1.000; y actualmente supera los 750 de la divisa norteamericana. Es decir, más de 350.000 pesos chilenos.
Todo esto tiene en pie de guerra tanto a economistas como a analistas de mercado, quienes se debaten a diario entre la conveniencia de invertir en una moneda que no sabe de bancos nacionales ni de reservas federales y que cada día cuenta con más tiendas (virtuales y presenciales) en distintas partes del mundo que la aceptan como moneda de pago.
En Forbes España catalogan al bitcoin como "un medio de pago electrónico legítimo, altamente eficiente y sin coste". Sin embargo, cuestionan que ha sido utilizada como método de especulación "en situación de estrés sistémico o pánico soberano, concretamente amenazas de corralito o rescate", como ha sucedido en Chipre y en Grecia. Por esto entienden que requiere una regulación para que su operativa sea más transparente y accesible, evitando casos como los sucedidos en China e India, donde acaba de prohibirse su transacción.
La primera vez que oí acerca del bitcoin fue durante un noticiario español. En la nota se resaltaba cómo sus usuarios, ante los temores generados por la crisis, decidían ahorrar en la criptodivisa considerándola como una inversión segura para el futuro.
Más allá de cómo se comporte el bitcoin en el futuro, su desarrollo se justifica en una sociedad desconfiada de su institucionalidad local. Del deseo masivo de poseer una identidad que traspase fronteras, aquellas que las plataformas digitales cada día más hacen parecer inexistentes.
Ya no son las "lenguas de laboratorio", como el esperanto, aquellas que aspiran a la unificación de criterios globales; incluso Facebook y Twitter, entendidos como espacios digitales que mediatizan conflictos, también pierden cabida (traducidos en menos horas de conexión).
Con una sociedad que cada día quiere la posibilidad de elegir, la opción de tomar la pastilla roja o la azul (al más puro estilo Matrix) se vincula con arriesgarse con apuestas que rompen moldes buscando unificar criterios mediante la aceptación colectiva. ¡Así se producen las revoluciones!