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"Dejar de escribir sería como dejar de respirar"

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Cuando supe que Ramón Riquelme Acevedo daría una lectura poética en el contexto del 9º Seminario de Investigación Literaria, organizado por el Departamento de Extensión y los programas de Postgrado en Literatura de la UdeC, le pedí a su amigo, el poeta Tulio Mendoza Belio, que actuara de enlace para concertar el diálogo.

La entrevista, realizada en la casa de su sobrina Alejandra, se tradujo en casi tres horas de grabación, que también fueron registradas por Mendoza en audiovisual. Todo esto, con un telón de fondo que de cierta forma hacía recordar su casa de Quinchamalí. La tarde era calurosa, pero un viento refrescante sacudía las hojas de los árboles del jardín, mientras un grupo de gatos policromáticos se disputaban la atención del poeta nacido el 6 de octubre de 1933 en Concepción.

El día anterior (lunes 13), Ramón Riquelme -Premio Municipal de Arte de la Municipalidad de Chillán, en 1999, y Premio Regional Baldomero Lillo de Artes Literarias, en 2008- había leído parte de su producción poética en el Auditorio de la UdeC ante un público atento y respetuoso, conformado en su mayoría por estudiantes jóvenes, en lo que fue un reencuentro con los viejos amigos y las nuevas generaciones de una ciudad que ha sido para él fuente de dichas y dolores.

Me despertaron

para trabajar:

amanecía sobre los cerros.

Desde entonces

he venido hablando,

escribiendo,

trabajando

para que las rosas

vuelvan a tener

el mismo color

"Lucha permanente"

- Yo cuento muy pocas veces detalles de mi vida personal, pero lo cierto es que soy hijo de un hombre de la clase media chilena y una "pituca", que era profesora normalista, y que llegó a Tomé a hacer clases. Cuando quedó embarazada de mi padre, esta situación fue vista, naturalmente, como algo escandaloso para aquella época. Entonces, me crié sin mis padres biológicos y viví en varias ciudades, hasta que retorné a Concepción e ingresé al Liceo de Hombres en 1947.

- Efectivamente. A comienzos de los años 50 formamos junto a unos amigos, Sergio Ramón Fuentealba, Pacián Martínez Elissetche, Óscar Vega, Mario Jiménez, Hugo Muñoz, y Jaime Giordano, entre otros; el Grupo Libre de Arte. Pese a que éramos muy jóvenes, establecimos vínculos con los escritores Daniel Belmar y Gonzalo Rojas, quienes nos alentaron en nuestra labor creativa y fueron, a la vez, guías y referentes.

Ese período, también, fue de absorción intensa de múltiples influencias, como el realismo social en la literatura, que nos marcó profundamente. Algunos años después nos acercamos al cine, a través de movimientos como el Neorrealismo Italiano y la Nouvelle Vague francesa, y a los realizadores latinoamericanos, con el descubrimiento de las películas del Cinema Novo brasileño y los filmes de los chilenos Raúl Ruiz y Patricio Guzmán.

Paralelamente, y ya fuera del liceo, comencé a ejercer diversos oficios: Cartero, vendedor de juguetes y obrero de la construcción, lo que me otorgó un aprendizaje intenso de la vida. Estas circunstancias no impidieron que siguiera vinculado a la cultura. Permanecí en contacto con mis antiguos amigos y también comencé a colaborar con radios y periódicos locales.

- Mis primeros textos fueron escritos en 1953, pero no se los mostré en ese momento a nadie. Recién en 1965 publiqué una serie de poemas en la Colección El Maitén, en una antología preparada por Jaime Giordano. Además, por esos años asumí un fuerte compromiso con los movimientos políticos y sociales que se estaban gestando en Chile, y como había sido muy aficionado a estudiar los procesos históricos de nuestro país y otras partes del mundo, estaba muy consciente de los peligros que corría con la opción que había elegido.

-Para el golpe de Estado, yo estaba trabajando en Concepción en un proyecto junto al arquitecto Osvaldo Cáceres. Poco después fui acusado de participar en el incendio del antiguo Teatro Concepción, calumnia infame de la que fui absuelto en 1976. Durante los últimos meses de 1973 y todo 1974 fui objeto del encarnizamiento de los organismos represores del régimen militar. Aun así continué con mi labor creativa en la cárcel de Chillán, al escribir una serie de poemas en la revista El Muro, que se publicaba en ese recinto penitenciario.

Como mi esposa, Ventura Ulloa, fallecida en 2005, oriunda de la aldea de Quinchamalí, nos trasladamos allá después del plazo tortuoso que me tocó vivir (...) Ya se han cumplido 40 años desde que inicié una vida nueva en ese lugar (...) He seguido escribiendo y manteniendo comunicación permanente con mis amigos de Concepción y Chillán. En mis viajes a estas ciudades he podido observar las grandes brechas sociales existentes, y en materia cultural, cómo todo está regido por las inescrupulosas leyes del mercado. Lo que prima es la noción del espectáculo, en detrimento de un arte más fino y profundo.

- Efectivamente, eso es así. Ahora, no tengo la agudeza crítica de los académicos que se han acercado a mi poesía, pues al momento de escribir, no me detengo a reflexionar sobre estas cosas. Por temática, se me asocia a la generación del 50, y por estilo, a la del 60, que son movimientos claros y objetivos. Pero en general no me gustan demasiado las clasificaciones y los rótulos, porque a veces considero que son meras invenciones. Por ejemplo, ahora se habla de movimientos como la ecoliteratura, lo que me parece un "cuento" más para asistir a congresos y justificar investigaciones.

De todas formas, estoy de acuerdo en que en mi obra están presentes, entre otros temas, la crónica de vida, la realidad cotidiana, el amor, el erotismo, el compromiso político, la vejez, el paso del tiempo, la muerte, la solidaridad hacia los demás, e incluso el humor, como señaló ayer el Dr. Edson Faúndez, quien me presentó en la Universidad de Concepción.

También puedo afirmar fehacientemente, desde mi propia visión del oficio, que el arte en general debe encaminarse a establecer un orden moral y a elevar la naturaleza imperfecta del ser humano. Sin embargo, hoy en Chile, particularmente en la manera de novelar, se advierte una enorme decadencia valórica, lo que de alguna manera está en concordancia con la dispersión de las líneas éticas en las sociedades actuales.

- Concuerdo plenamente. En el hombre hay una lucha entre el bien y el mal. Eso tiene varias expresiones, pues de esta batalla no se escapa ni siquiera el pensamiento religioso, que no es capaz de dar respuesta a interrogantes que surgen desde la naturaleza más profunda del ser humano. Esto lo digo en mi calidad de creyente y cristiano. Por lo demás, la única forma en que concibo el cristianismo es desde los Evangelios; esto es, a través de la vinculación de Dios con el mundo popular, con la realidad de los pobres.

Tengo muchas esperanzas depositadas en el Papa Francisco, quien representa una Iglesia más cercana al Concilio Vaticano II, aunque por otra parte, pareciera que, como sociedad, estamos cediendo todos nuestros principios a la lógica del lucro. Tendría que haber una "vuelta de campana" total para revertir esta situación y eso se ve bastante difícil.

- Yo creo, como Gonzalo Rojas, que uno debe vivir muerto de amor. Lo que sucede es que el amor tiene varias fases y la más dolorosa es cuando se es derrotado. Al principio, todo es encantamiento, pero luego viene la derrota, porque el ser humano quizás no está a la altura de ese gran juego. Siempre se pierde y eso es lo terrible, pues uno no quisiera que esa relación afectiva, que finalmente se refleja en el erotismo, acabe por apagarse.

-Por supuesto. Y eso es algo que los escritores jóvenes no entienden, pues no estudian, ni viven. Ellos quieren aparecer en la vitrina de la poesía por generación espontánea. La literatura es vida, pasión y sangre. Si no fuera así, no habrían existido nuestros grandes maestros. Sin embargo, también es preciso reconocer que se puede escribir desde la serenidad y el intelecto, como lo hicieron algunos creadores de la generación del 38 y del 50 en Chile. La literatura ofrece todas las posibilidades; lo que ocurre es que hay que saber usar el instrumento.

- Ahora estoy escribiendo sobre la demolición del espacio colectivo en el que vivo. Esos textos no los quiero mostrar todavía, pues son muy fuertes. Además, incorporo el mundo afectivo de una persona mayor que se va preparando para la muerte. En esta etapa de mi vida sigo ejerciendo mi oficio, pues dejar de escribir sería como dejar de respirar, de creer en la posibilidad de los sueños, y de abandonar la esperanza de un destino mejor para el ser humano.