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Óscar Castro Zúñiga: El poeta que se conectó a su tierra

En el poemario "Rocío en el trébol" y en la novela "Llampo de sangre", ambos de 1950, está su visión de mundo.

Es el escritor que uno empezó a leer y a escuchar en las composiciones del también rancagüino, Ariel Arancibia.

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Recordar es traer al corazón. Y eso es lo que hacemos cada vez que rememoramos algo o a alguien. El poeta, cuentista y novelista, Óscar Castro Zúñiga (Rancagua, 25 de marzo de 1910- Santiago, 1 de noviembre de 1947), fue para mí, desde mi adolescencia, todo un símbolo en mi ciudad natal. Marcó hondamente nuestro acercamiento a la poesía y a la literatura.

Es un hecho que cada ciudad busca y ha buscado tener íconos, hombres y mujeres que de algún modo los representen.

Generalmente, se ha privilegiado para ello el que hayan nacido en la tierra que desea ser reconocida. Chillán, por ejemplo, se ufana y con razón, de tener como sus hijos más destacados a Claudio Arrau, Marta Colvin y Ramón Vinay, entre muchos otros.

Óscar Castro Zúñiga es el poeta que uno comenzó a leer (hablo de 1970) y a escuchar en las magníficas composiciones del también rancagüino, Ariel Arancibia y en la interpretación de Los Cuatro de Chile. Quién no ha tarareado: "Yo me pondré a vivir en cada rosa/ y en cada lirio que tus ojos miren/ y en todo trino cantaré tu nombre/ para que no me olvides".

En ese tiempo nos resultaba increíble haber sido alumnos de la Escuela Superior de Hombres N°3 y del Instituto O'Higgins de la Congregación de los Hermanos Maristas, sabiendo que el poeta y narrador también había estudiado en estos prestigiosos establecimientos educacionales.

Hoy, el principal liceo de Rancagua (fue bibliotecario), lleva su nombre. En la entrada, grabados en grandes placas de metal, se pueden leer algunos de sus más conocidos poemas: "El junco de la ribera/ y el doble junco del agua/ en el país de un estanque/ donde el día se mojaba".

UNA MIRADA PROPIA

Ecos de García Lorca hay en estos últimos versos. Y es que el poeta Óscar Castro se dio a conocer más públicamente en 1936, cuando escribió "Responso a Federico García Lorca" en homenaje al autor español asesinado en la guerra civil de su país.

Su obra poética es la formulación fina y delicada, melancólica y serena, culta y refinada. A la vez realista y efectiva, expresionista y situada, de su yo más íntimo y que traduce toda la percepción de su mundo, de su tiempo y espacio, desde un clima bucólico paradisíaco, desde un "locus amoenus", desde un lugar feliz, tanto geográfico como espiritual, pero que el poeta ha matizado y enriquecido con su propia verdad: La de la vida sufrida y padecida, la de la vida real, con sus miserias y pesares. Hay idealización en la mirada, pero a la vez realismo descarnado. Este es el punto de partida y de regreso: Entre ambos está la escritura como un árbol que echa raíces.

En este contexto, perfectamente se podría considerar a Castro como un poeta lárico, es decir, del lugar, de las raíces, del espacio como casa, morada y fundamento.

Fue Jorge Teillier el que postuló ese sentido "lárico" de la poesía (recordando a Rainer Maria Rilke quien nos habla de un sentido humano y lárico). Teillier quería un "tiempo de arraigo", "de contacto con la tierra", en contra del éxodo y el cosmopolitismo y la "falta de sentido histórico" de algunos de sus contemporáneos y antecesores.

En Óscar Castro será el Valle Central de Chile, con sus fértiles suelos y cultura campesina, la atmósfera más sentida y propicia para entregarnos su canto y visión de mundo. Pero el arraigo en Castro Zúñiga es más bien de carácter social, existencialista, realista e, incluso, expresionista.

EN OTRA FACETA

La narrativa del poeta (todo poeta es escritor, pero no todo escritor es poeta), tiene los ingredientes de un retrato costumbrista y humano (los mundos interiores de la clase baja), realista y de época. Sin embargo, siempre traspasado por ese lirismo que se traduce, fundamentalmente, en un lenguaje rítmico y alado, preciso, sencillo y transparente para decir el amor y erotismo, la justicia social y la esperanza.

Se aleja de un regionalismo cerrado (es el caso de los autores criollistas) y se hace universal. Su propia vida, con muchas precariedades y dificultades económicas, con su delicada salud (morirá de tuberculosis), parece hacer más grande su inspiración creativa, en vez de cortarle las alas.

Resulta muy interesante constatar, como acertadamente señala Miguel de Loyola, que la obra del autor de "Llampo de sangre" (1950) y "La vida simplemente" (1951), podría "estudiarse como sustrato de obras posteriores a las suyas", como "Hijo de ladrón" (1951), de Manuel Rojas, por ejemplo, o "El lugar sin límites" (1966), de José Donoso.

En la mirada de Castro Zúñiga, hay una libertad de espíritu, de capacidad de liberación, de dignidad que observamos en sus personajes, signados muchos de ellos por la fatalidad, la pobreza y las necesidades más básicas.