La alfarería tradicional aún tiene a grandes exponentes
Ya frisando los 72 años, Norma Montoya o Normita como le llaman todos quienes la conocen y los que no también, porque su fama la precede en todos los rincones de la comuna de Yumbel, caminó hasta el portón de su casa al grito de ¡Aloooo! Recibió con una sonrisa grande. Esperaba atenta y como toda mujer campesina, de impecable delantal con pechera recién estrenado para la ocasión.
Nacida y criada en el sector de Campon en las cercanías de Rere, hoy vive a unos 800 metros de la Plaza de esta última localidad, junto a su marido y una de sus hijas, en una buena casa. Al lado una construcción más precaria, todavía de adobes y tejas abre las puertas de su taller con olor a tierra y madera. En una repisa de tablones aparecen como salidas de un cuento, figuras de animales, ollas, sartenes, copas, vasijas, fuentes y jarros que otrora, recuerda, eran utensilios que a diario se usaban en las casas de campo y pueblos más rurales. Allí, entre luces y sombras que al mediodía se disputan el espacio interior, pequeño como ella, Normita se sienta quedando justo a la altura de un tronco de eucalipto de más de un metro de diámetro que le sirve de mesa y que posiblemente tenga más años que ella misma. Se instala y retoma el trabajo iniciado más temprano.
De un montón alto de greda toma pequeños trocitos que agrega por el contorno de la olla que empezó más temprano; la va golpeando despacito por dentro y por fuera dándole la forma y emparejando con una calma y paciencia infinitas, cada milímetro de su obra que va construyendo con sus manos un poco resquebrajadas por el contacto permanente con el barro y con rústicas pero útiles herramientas que fabrica de pedazos de palitos. De pronto, la pieza va apareciendo cada vez más perfecta sin mediar allí ni aparatos, ni asomo de algún mecanismo que mejore su técnica ancestral heredada. "Aquí no hay moldes, todo está en la mente y en lo aprendido con los años de trabajo", comenta.
HERENCIA
Esa habilidad viene de las mujeres de la familia, "de las tátara, tátara abuelas", dice Normita, según le contaba su mamá. Porque los hombres siempre se dedicaron a las faenas agrícolas. Ahora, le sigue su segunda hija, la que vive con ella, y uno de sus nietos que han ido innovando en el trabajo optando por una artesanía funcional y decorativa, con figuras de animalitos, "aunque es todavía es casi como una entretención", reconoce.
Hacia el fondo de aquel taller aparece en una esquina la cocina a leña que tempera en el invierno y varias fotografías que dan cuenta de su participación en ferias, de algunos reconocimientos y un pequeño reportaje que publicó Las Últimas Noticias el 10 de enero de 1988, recogiendo parte de su historia, aunque con especial énfasis en los 86 copones de greda que la parroquia de Yumbel le encargó, a través de un contacto con el obispado de Concepción, hacer para distribuir la comunión en la masiva misa que el Papa Juan Pablo II ofició en el Club Hípico de la actual Hualpén.
Más atrás en el tiempo, Normita" recuerda que ella aprendió desde muy chica a trabajar la greda, pero no fue sino hasta que tenía 15, cuando empezó el trabajo duro, dedicándose de lleno a la alfarería y dejando la escuela hasta el Sexto Básico. Había que aportar a los escuálidos ingresos del hogar.
Recuerda que de Campon iba con su padre hasta San Rosendo. "Eran cuatro horas de camino a pie, descalza. "Antes de llegar al pueblo me ponía las chalitas y gritábamos calle por calle vendiendo nuestro trabajo: ¡Ollas, platos, fuentes!...hace una pausa, inclina la cabeza y dice "antes sí que había pobreza, ahora hay pura vanidad".
Este y otros varios hechos marcan la vida de esta artesana que como la mayoría de la gente de campo es una ferviente católica. Por ello es que en su mente ingenua incluso, tienen una connotación casi milagrosa.
Así cuenta que un día como muchos, salió de su casa con su padre a entregar un pedido a un vecino de Rere que tenía un negocio y le había prometido la compra de un pedido. Cuando llegaron, él desistió. Su papá se echó el saco al hombro y emprendieron rumbo al sector de San Domingo. Después de largas horas de camino de pronto sienten venir un vehículo que se detiene a unos 200 metros de ellos. Baja un hombre y les pregunta hacia donde iban, le contaron y ese hombre les dice: "bajen sus carguitas, porque aquí van a descansar".
Aquél "aparecido" era el mismísimo y famoso párroco de Yumbel, Pedro Campos Menchaca, quien falleció el año 2001. "Desde aquel día yo no viajé más por los campos y nunca me dejó que yo anduviera sin comer".
Él se transformó en su principal comprador y fue quien además le dejó en arriendo por 99 años, la propiedad donde hoy vive. La decisión la tomó el cura cuando supo que ella, viviendo aún en Campon, tenía que mandar a tres de sus tres niños a la escuela de Rere tras hora y media de camino y en invierno el riachuelo que debían cruzar casi se llevó a uno de ellos.
la tarea de producir
Vuelve a la tarea de hacer la tapa de la olla, mientras explica que antes de producir una pieza artesanal hay un proceso largo que parte por contar con la materia prima, la greda.
Eso exige conocimiento, saber detectar dónde están las vetas para poder arrancar de allí el barro que seca, muele, cierne y devuelve al agua. Le agrega arena fina limpia (trumao) que sigue el mismo proceso y tierra roja que extrae escarbando en la tierra dura hasta dar con la que esté suave y la cierne también para, al final, mezclar todo hasta lograr una masa muy plástica y modelable. Esta tierra colorada es la que finalmente el color que esta especial alfarería adquiere, después de cocerse con un sistema muy simple. Normita Montoya, detalla que una vez que las piezas están bien secas se cuecen en una fogata hecha con bosta de vacunos también muy seca.
"Cuando uno empieza a trabajar no le queda perfecto, pero de a poco trabajando, trabajando, se va perfeccionando. Pero para eso hay que tener paciencia y sobre todo amor por el trabajo, si no, mejor que no haga nada", sentencia finalmente, mientras se va poniendo de pie para avanzar hacia el portón, no sin antes llamar la atención sobre los amarillos liliums, atracción de las abejas al destacarse entre muchas otras flores en su jardín.