En general, si algo caracterizan los textos del sueco August Strindberg (1849-1912), es el tránsito naturalista, que lleva a sus personajes por rutas claustrofóbicas, donde las pulsaciones están a un latido de llegar al límite.
Desde la claridad, Strinberg propone una oscuridad de soluciones dramáticas, que bien lo podrían conectar a su coterráneo Ingmar Bergman (cineasta y director teatral) o a los pasajes expresionistas del propio Kafka en su escritura. Se trata de esa cuestión que siempre está en un modo "relativo", donde puede pasar lo esperado o inesperado.
Son las consecuencias las que dejan a sus personajes en un estado terminal, con historias que parten de un manera y terminan de otra. De paso, sacan a flote sentimientos no declarados que terminan por tirar al suelo el drama de existencias aparentemente vacías y que piden auxilio.
Es lo que precisamente le ocurre a la protagonista de "Fröken Julia" ("Señorita Julia"), obra actualizada y puesta en la realidad local, a partir de la escritura de que hace la dramaturga María José Neira del referente original escrito en 1888.
La puesta en escena de la compañía penquista "Dramática" pone a Francisca Díaz (Julia) y Sebastián Torres (Juan) en el centro de un drama, donde los deseos y frustraciones salen a la luz durante una noche de año nuevo.
Es la fiesta, que no es eterna y conllevará nefastas consecuencias, la excusa para que ambos protagónicos se expongan como dos seres de mundos opuestos. Es el detonante para que ellos y el público vaya descubriendo un escenario donde la figura humana se asume en el borde y al borde de sus propios actos.
Ella es la dueña de casa, un ambiente de inmensa soledad, que no la satisface y que encuentra en Juan a una contraparte obligada. Y lo es así, porque él trabaja en el campo del patrón, un inquilino y ser humano que aspira a más, pese a vivir a cuenta de un trabajo que no mira tiempo ni espacio, feriados ni ausencias. El campo obliga, la tierra demanda más allá del feriado del 1 de enero, tal como dice él en un momento.
A partir de pulsaciones que exponen lo erótico, la excitación, la juerga, el alcohol y el drama interno, ese que mueve la acción en el cuadro, "Fröken Julia" explora las realidades ajenas -propias del expresionismo-, que se tornan en concreto. Ello, a través de momentos de un relato de altos y bajos, pero sin asumir los clímax.
En este caso, e independiente de la relación que se construye entre ellos en los 65 minutos de duración, el montaje apuesta por develar cuestiones de una sociedad donde existen las diferencias, con ricos y pobres, con oportunidades y carencias.
En ese sentido, la propuesta de Neira/Albornoz sostiene estas diferencias en un espacio donde también se dan cita las frustraciones amorosas y los conflictos de género puestos en un plano contemporáneo.
Es quizás en esto último donde el montaje cede terreno a instantes, donde la interpretación se ve algo traicionada por el ritmo y una dirección que se escapa de los objetivos iniciales.
Dos muy buenos actores como son Sebastián Torres ("El pájaro de Chile") y Francisca Díaz ("La flor al paso") apuestan más por lo físico/externo que el drama interno que pesa en cada uno. Esto hace que tanto los momentos desafiantes (en su propia relación) como los motivados por agentes externos (los inquilinos que vienen a la casa) o las tensiones de ellos se noten muy contenidas. De este modo, esa soltura en contención (muy dada en los nórdicos), los arranques de violencia y la desesperación de ambos, queda en un terreno que no está totalmente desarrollado en su cometido dramático.
Así, aspectos de la puesta en escena como la iluminación o la música de Rodrigo Álvarez -en algunas secuencias bien puesta- sirven más para marcar instantes y giros del relato y no necesariamente lo expresivo e interno de los acá involucrados.