El problema de una historia que no alcanza a desarrollar el drama
La soledad acompañada parece ser un tema para el realizador local Fernando Solís, quien acaba de debutar en la pantalla grande con su primera película, "Nublado, cubierto y lluvia".
Una cinta que a primera vista, después del debut en la inauguración del festival BioBioCine, deja una sensación particular, quizás, no la mejor. Sin embargo, si hay algo que destacar de Solís es su rigurosidad para sacar adelante un proyecto que le tomó los últimos tres años, y al que se entregó por entero.
Finalmente, hizo su película, y lo más importante, con la certeza de localizar una historia en Concepción y sus alrededores.
Julio Milostich (Alberto) y Graciela (Katty Kowaleczko) son los padres de un matrimonio acomodado que pasa por un mal momento económico. Sin embargo, lo peor es que la pareja ya no es tal, cada uno anda por su lado, la comunicación entre ellos es la mínima, la necesaria, y nada de pensar en dormir juntos.
Coni (Isidora Otero) y Natalia (Patricia Cabrera) son las hijas. Es la primera la que sufre y testifica el estado actual de las cosas en un hogar que tampoco es tal. Como en Antonioni, el gran escultor de la pareja contemporánea en el pasaje urbano del cine; para Solís el espacio se constituye en la excusa detonante del drama. La mecha para que los personajes sientan y sufran a raíz de sus actos.
En este marco, el director parte bien su obra, incluso, con cierta intensidad. Uno -espectador- empatiza con los personajes, sus temas y desaveniencias en medio de una ciudad filmada correctamente. El problema de este debut comienzan a mostrarse luego de la primera media hora, con una historia -interna y externa- que se diluye por situaciones algo obvias, aunque no por eso menos sentidas. Lo que Solís cuenta es una historia universal: cuadro familiar disfuncional y en constante estado "mute".
De ahí, y por las características de los roles dispuestos, esto pudo girar hacia la comedia, el drama o la tragedia. Pero acá no hay muertes, sino que rechazos y cuestiones que hablan por ellas. Es ahí cuando Solís -entendiendo que estamos frente a un debut- falla en el entusiasmo de querer navegar en las posibilidades del relato.
Y claro, el montaje se pone al servicio de éste, aunque al poco andar se enreda desde lo temporal y espacial. Ello hace que la historia misma -lo que cuenta- empiece a enturbiarse.
El plan pudo tender a una cuestión más "limpia": una narración clásica, clara. De hechos que situarán al receptor en el interior de los dramas de los involucrados.
Solís quiere hacer cine (esas nubes que pasan aceleradamente se tornan en ejemplo). Por momentos lo hace (lo tiene en la cabeza), pero cae en situaciones que no le juegan a favor a la cinta, haciendo de ésta una propuesta donde el aderezo no se siente (más palabras que diálogos y contexto).
Es la familia la que está en el centro, pero sus miembros comienzan a aislarse en una obra que no los toma, sino que los deja (más forma que fondo).
A ello se suman presencias que aportan, como Catalina Cabrera; y otras como Kowaleczko que se conforman. En su caso particular, en tratar de ser en pantalla una madre agobiada y una mujer contenida para la cámara, pero sin entrar mucho en el relato, en el interior del drama.