"Un monstruo viene a verme": tragedias internas
Hay películas como "Un monstruo viene a verme", que no deberían comentarse, menos escribir sobre ellas. Simplemente, verse, para guardarlas en la retina como uno más de los títulos imperdible de nuestra cineteca mental. Como un buen libro, películas para recordar y volver sobre ellas en instantes de soledad, cuando el antagonista no es otro que nosotros mismos.
Son de los mínimos títulos que aparecen en la cartelera comercial que te hacen crecer, entendernos como seres humanos. Seres individuales en un contexto que para el director español Juan Antonio Bayona (41) se construye sobre lo desconocido.
Por lo demás, uno de los aspectos que hacen emerger nuestros propios miedos: lo que no conocemos nos provoca incertidumbre, aunque también atrae como ya lo anotara H. P. Lovecraft.
Sin embargo, como ya lo hizo Bayona en sus dos anteriores incursiones en el largometraje "fantástico" con "El orfanato" en 2007 (a partir del género del terror) y "Lo imposible" en 2012, como un drama, donde la naturaleza era el artífice del horror; en "Un monstruo viene a verme" (2016) apela a uno de los miedos más profundos del ser humano: la muerte.
De padres separados, a sus 12 años, Connor (Lewis MacDougall) debe vivir con el cáncer de su madre (Felicity Jones), como también las labores del "hogar": desde los más general a lo particular (hacer un café). Además, este pequeño debe lidiar con el bullying de que es víctima constante por parte de un compañero de colegio. Sin embargo, esto pareciera no importarle a Connor, quien desde su perspectiva asume situaciones mucho más horrorosas, derivadas de su propia realidad (para Bayona la fantasía es un acto de realismo).
De ahí que este muchacho se interne en sus más profundos "miedos", para proyectarlos en un monstruo (notable la atmósfera dramática que le otorga a sus textos el actor Liam Neeson), que se torna en su más fiel colaborador.
LO QUE PARECE Y NO ES
El mayor atractivo de esta película está en cómo el realizador trata un tema recientemente planteado ("El laberinto del fauno" o "Mi amigo el gigante"), proponiendo un giro que se explica en la proyección "real" de los propios miedos.
Acá es el "monstruo", aquel desconocido ente que ronda en la imaginación; el que personifica la tragedia. En este caso, la de un niño que sufre, porque no quiere reconocer -y menos ver- las verdades al frente. Un detalle de preciosa estética que enlaza esta cinta con el espíritu dramático del romanticismo. Por eso la presencia de la abuela (Sigourney Weaver), quien se torna en una "molestia" para su nieto: es quien lo pone en el plano de la realidad.
Toda la trama de esta cinta, basada en la novela de Patrick Ness, a su vez muy deudora de los relatos de Roal Dahl; se fija en los estados relativos, sin esa necesidad tan nuestra de tratar las cosas como buenas o malas. Este ámbito reflexivo/interno Bayona lo muestra a través de cuidadas animaciones. Son las vías de escape a la fantasía de un niño, que encuentra en el dibujo una puerta al más allá de su propio ser.