Los campeones van directo al cielo
La semana pasada encendí el televisor y me puse a buscar la semifinal vuelta entre Chapecoense y San Lorenzo.
Como todo futbolero, de esos que van al estadio, quería ver el duelo entre el equipo brasileño y el "Ciclón". Con el pasar de los minutos me puse a buscar información. La llave de los azulgranas la tenía media clara, sabía que habían eliminado a Banfield tras remontar un marcador adverso en la ida, después doblegó a un equipo venezolano, venció a Palestino y se instaló dentro de los cuatro mejores de la cita continental.
Sobre Chapecoense no manejaba los mismos datos. Comencé a buscar y encontré que había eliminado a Independiente de Avellaneda (ARG), recuerdo haber visto por ahí una tanda a penales, y nada más.
Me llamó la atención su estadio, esos donde la hinchada se siente en casa, esos recintos donde va la familia y los amigos.
La transmisión por TV decía que si el local clasificaba no podía jugar ahí por la capacidad del recinto, la no despreciable suma de 21.500 personas. El Arena Condá era una caldera. Mientras veía el cotejo seguían saliendo datos del local. Supe que se fundó en 1973, tuvo varios problemas económicos, pasó la tormenta, subió de categoría el 2014 y ahora participaba en una cita continental.
Llegó el segundo tiempo, el 0-0 favorecía al local. Sentí que era justo, en un deporte que no sabe de justicias, el paso del dueño de casa a la gran final. Era el sueño de todo equipo chico, de esos de barrio, que reflejan identidad y donde los jugadores, hinchas y comunicadores dan la pelea día a día por mantener viva la pasión que nos hace retroceder en el tiempo y ser niños por 90 minutos.
En las gradas los hinchas, padres e hijos, pedían la hora para sentenciar el paso a la gran final. Cuatro minutos de tiempo agregado, tiro libre para el forastero y la última jugada del partido para el "Ciclón". Balón en el aire, cabezazo, rebote y el azulgrana Marcos Angeleri con un puntazo trata de convertir el gol. En ese segundo apareció "San Danilo", el portero quien con el pie salva a su equipo y consigue la clasificación. Alegría en las cerca de 20 mil personas y de varios futboleros en todo el planeta que a la distancia sentían el logro como un ejemplo a seguir para varios equipos, especialmente acá en la Región. El destino quiso que ese pie cambiara la hoja de ruta de un grupo de hombres con especial misión. La magia del fútbol nos enseña que para ser campeón sólo basta con luchar por una ilusión.