Familia de Ránquil reinventa su vínculo con el terruño y apuesta por la floricultura
Un ejemplo de esfuerzo, de trabajo codo a codo, sin parar, para cumplir sus sueños. Tener una empresa y en eso han avanzado harto para ser una familia campesina que debe inventar la forma de generarse los ingresos necesarios para vivir y criar a sus niñas.
Es así que Manuel Risopatrón y Josefina Cerna, casados hace 24 años, optaron por desarrollar el rubro de las flores, después de ver que los tradicionales cultivos de las viñas y hortalizas eran muy de temporada y rentaban poco. Fue en 2003 que vino una decisión que transformaría sus conocimientos y su forma de trabajar la tierra y apostaron levantando sus primeros invernaderos de claveles, lejos lo más rentable y rápido, porque a los 6 a 7 meses ya se obtienen producciones.
Sabía poco de flores Manuel. Entre 2003 y 2006, asistió a cursos de formación técnica de un Prodecop en Ránquil y junto con las asesorías de profesionales de Indap se mantuvieron con los claveles hasta el terremoto de 2010, cuando perdieron sus sistemas de bombeo que les proveían el agua para el riego y el consumo de la casa.
Por eso es que se les ocurrió postular a paneles solares para tener respaldo. Con eso logra una autonomía de dos horas de energía gracias a este proyecto gestionado por Codesser.
Después de casi un mes sin agua tras el 27/F, tuvieron que partir de nuevo, casi desde cero, pero ahora con más experiencia. Y a las perfumadas hileras de claveles, sumaron los lilium, que son aun de más rápido crecimiento, y las astroemerias, que en seis meses ya están listas para su comercialización y solo producen 18 a 20 meses para una óptima calidad, podrían cultivarse todo el año pero los invernaderos requieren condiciones especiales de temperatura y luz o tener una franja de 4 metros a las orillas y 7 metros al centro, para aislarlas del frío.
Planta 40 mil bulbos de lilium de origen holandés que se renuevan año a año y aunque podría replantarlos y obtener flores por hasta tres años, prefiere reemplazarlos para mantener la calidad del producto. "Entre el 15 al 27 de octubre cosechamos 10 mil varas, es decir, el 100% de la producción que teníamos prevista para el 1° de noviembre", comenta orgulloso Manuel Risopatrón.
Las astroemerias producen unas 35 varas por temporada y para extender la producción a todo el año necesitan más luz y calor en octubre y noviembre principalmente, que es cuando inician la floración. El clavel en cambio es más resistente y produce todo el año. Una mata genera 15 claveles al año. Ahora cuenta 6 mil matas.
Con todo la superficie destinada a la floricultura totaliza unos 2.200 metros, principalmente de estas especies.
Manuel busca innovar a su modo con el ojo puesto en optimizar los rendimientos de las especies. Así se le ocurrió cultivar en macetas grandes otras especies, como peonías, yerberas y las mismas astroemerias. Dice que al tenerlas en el suelo en hileras son más susceptibles de enfermedades y hongos, pero la idea de fondo es poder aumentar la producción.
Los bulbos de lilium vienen en cajas de 300 y 200 unidades entre medio de fibra de coco y cuestan $220 cada uno, puesto en Concepción.
Ellas llevan la cuenta
Pero quien en la práctica lleva la plata a la casa es Josefina, su esposa, con quien tiene dos niñas, Daniela Andrea y Paulina.
Ella y la mayor, Daniela (23), contadora, son quienes comercializan las flores, los martes, viernes y sábado se vende en Tomé, Penco en la feria y, los martes y viernes en Caupolicán, frente al ex mercado en Concepción, cuando hay mucho stock, pero hay que estar entre las 5 a 6 de la mañana para entregar a algunas caseras.
Daniela trabajaba en Puerto Montt, comenta su madre, pero decidió dejar ese empleo y hacerse un espacio e ir consolidando esta incipiente empresa familiar. Empezó acompañando a su mamá a vender, por lo que recibía un pequeño ingreso, y ayudando en el arduo trabajo que demandan los invernaderos, aunque en tiempo de cosecha emplean a vecinas del sector. La joven empezó a comprar bulbos y plantas de viveros en macetas para vender y le ha ido bien. Para crecer con su proyecto individual se hizo usuaria de Indap y aunque salió aceptada los recursos no llegaron para el área de la que depende, Coelemu.
Josefina, que con los años ha construido una fiel clientela, había soñado con tener un local pero después de darle varias vueltas resolvió que perdería más de lo que ganaría; tener que viajar y dejar de atender su casa era menos importante que tener un local. "Era dejar mucho más", dice.