Acoger la diversidad para vivir más libre y feliz
En nuestra cultura, se lucha habitualmente por salvaguardar la homogeneidad, es decir, nos esforzamos por mantenernos dentro de la norma, no sobresalir demasiado ni ser muy distinto al otro, ya que de alguna manera nos da miedo que esto nos pueda traer consecuencias negativas, por ejemplo, que los otros se burlen o hablen mal de nosotros. ¿Cuándo aparece este temor? Lo más probable es que este miedo sea un rezago de aquellos días de escuela en que algún compañero o compañera se burló porque teníamos algo distinto, ya sea físico o psicológico, y, por lo tanto, catalogado como raro o malo.
Desde entonces es que muchos de nosotros empezamos a creer que ser distinto es algo negativo. No obstante, cuando entramos en una escuela, o más específicamente a un curso, nos damos cuenta de la inexorable realidad: todos los niños son diferentes, los hay tranquilos, inquietos, aquellos para los que el estudio es algo sencillo o aquellos que les cuesta más, pero que probablemente cuentan con otras habilidades interesantes de explorar.
Uno de los más grandes desafíos de la escuela y de los padres es que logremos que nuestros hijos no sólo aprendan que somos todos diversos, con habilidades y necesidades distintas, sino que además se logre valorar la diferencia como una oportunidad para aprender de un ser humano diferente, que no es por eso raro ni inferior.
En este sentido es tarea de padres y profesores educar a los niños en tolerancia. Lo anterior comienza en casa con el ejemplo, no podemos pedir a nuestro hijo o hija que no se burle ni agreda a sus compañeros si en la casa los papás hacen comentarios descalificatorios de las personas ya sea por su apariencia o modo de ser. Debemos recordar que el aprendizaje vicario, es decir, por observación, es muy potente en los niños pequeños. En este aspecto, padres y profesores son referentes importantísimos hasta llegada la adolescencia.
Para que la escuela sea una experiencia agradable, estudiantes, docentes y familias deben tener la confianza de mostrarse como son, pues sólo en ese momento los niños aprenden que el otro es distinto tal como yo tengo también diferencias. Entonces, no importa ser un niño autista, o muy inquieto, tener una familia en que la mamá esté sola o estar en silla de ruedas, ya que cuando los niños tienen la oportunidad de conocerse, de compartir sus intereses, se dan cuenta de que existen muchos más elementos de unión entre ellos que las diferencias que a simple vista son evidentes.
Eduquemos a las nuevas generaciones en valores de respeto y tolerancia. De esta manera la diversidad que forma parte de nuestra especie se vivirá como una valiosa oportunidad para convivir de mejor forma, más libre y feliz.