Enseñar a respetar no por miedo al castigo
A menudo los conflictos con nuestros hijos suceden debido a las faltas de respeto que criticamos en ellos, por ejemplo, les pedimos que no hablen a los adultos de una forma inadecuada o que no los critiquen. Si un niño llega amonestado a la casa debido a que le dijo a su profesora que era enojona, lo castigamos diciendo que es una falta de respeto. No obstante, con frecuencia los adultos les faltamos el respeto a los niños de la misma manera o incluso de peor forma. No es extraño ingresar a una sala de clases y escuchar que un profesor le dice a un alumno que es flojo porque no hizo su tarea. Además de ser una ofensa, lo deja sin la posibilidad de cambiar ya que estamos criticando una forma de ser y no un comportamiento. Lo adecuado sería: "hoy no hiciste la tarea y eso está mal, espero que mañana la traigas".
Los castigos que otorgamos a los niños y adolescentes muchas veces adolecen de lo que verdaderamente deberían ser: una oportunidad de aprendizaje. Es común que, por ejemplo, uno de los castigos más utilizados en la escuela, independiente de la edad, sea retirar al niño de la sala de clases y enviarlo a inspectoría y, en la casa, sea mandarlo a su pieza. Sin embargo, en términos del desarrollo moral que debiese educarse, no siempre estos castigos son la mejor opción. Lo anterior porque, considerando las etapas del desarrollo moral descritas por Kohlberg, estaríamos actuando sobre la base de una moral preconvencional, en la que el niño o joven juzga una acción basándose en el castigo o la obediencia y no en el respeto por el otro, las normas del bienestar social o, cuando las personas son adultas, considerando principios universales como la justicia o la igualdad.
Enseñar respeto a nuestros hijos implica no hacer diferencias entre las faltas independientemente de la edad de las personas. No podemos ser indulgentes con nuestras conductas como adulto y pedir a los niños que sean respetuosos. Los adultos tenemos una doble responsabilidad, por una parte, educar a nuestros hijos en igualdad de derechos y, por otra, educarlos a través de un modelo de conducta.
Una opción ante las malas conductas es pedir a los niños y jóvenes que reparen el daño causado, esto les dará la posibilidad de ponerse en el lugar de la persona a la que dañaron y se convertirá en un aprendizaje respecto a cómo se debe actuar cuando se cometen errores. Así también, si los adultos cometemos errores con los niños es importante pedir disculpas y explicar las razones de la falta.
De este modo estaremos educando a seres humanos que guían su conducta no sólo por el temor al castigo o la reprimenda, sino porque comprenden el verdadero valor de vivir en una sociedad en que debe cuidarse el bienestar de los demás tanto como el propio.