La poesía de Ángela Neira en el contexto de la poesía femenina
Uno de los hechos literarios más interesantes y significativos de las últimas décadas, es lo que los críticos han dado en llamar "el discurso lírico de la mujer en Chile", principalmente a partir del quiebre institucional de 1973.
Dos estudiosos y destacados académicos chilenos en universidades norteamericanas, Juan Villegas y Marcelo Coddou, que se han ocupado del tema, coinciden en considerar y valorar esta producción literaria, ya que se diferencia de lo que ha sido la escritura tradicional de las poetas.
En efecto, sin revisamos las antologías y la historia literaria en el país, casi no encontramos mujeres y si las hay, su escritura corresponde a los códigos estéticos y culturales que el lenguaje hegemónico patriarcal les ha asignado: un ser sumiso lleno de emotividad explosiva e intensidad afectiva que depende del hombre.
Un caso emblemático es la osada y polémica "Antología de la poesía chilena nueva" (Editorial Zig-Zag, 1935), de los entonces jóvenes (21 y 19 años respectivamente) y futuros premios nacionales de literatura, Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim; y que no incluyó a Gabriela Mistral.
Sin embargo, lo contemporáneo siempre ofrece la posibilidad de que haya seres marginales que se rebelan contra la injusticia de lo establecido, aunque en ello se les vaya la vida y pierdan todo en la apuesta. Recordemos a dos mujeres de distintas épocas: Teresa Wills Montt (1893-1921) y Stella Díaz Varín (1926-2006): la escritura y la poesía activa de ambas, es decir, el canto de acción de Rimbaud, el hacer de la poesía una práctica vivencial, fue el deseo de decir basta a una sociedad y una religión machistas que ninguneaban a la mujer y la reducían a un objeto de placer y ente reproductivo.
HOY
La actual poesía escrita por mujeres, es muy diferente a la de poetas consagradas que escriben antes de 1973, pero como contratexto, se debe precisamente a esa escritura: los cambios producidos son la contraparte, a pesar de que también prima en algunas poetas esa "palabra de mujer", es decir, una palabra que no se puede dar en el hombre.
Juan Villegas precisa que "surge la cocina como espacio poético, la nostalgia del esposo ausente -al parecer en el exilio-, el teléfono como vínculo con el ausente, crítica al hombre que deja a la mujer insatisfecha, las sensaciones al cocinar, escenas de la vida cotidiana (...) Todo esto dentro de un tono de gran modernidad, a través del lenguaje seleccionado, el tipo de imágenes, el ritmo de los poemas y la fuerte presencia de una hablante-mujer."
Recursos y temas como el enmascaramiento, el léxico de lo silenciado, la ironía, el estilo antipoético y conversacional. El carácter narrativo del poema y la aparición de las zonas del cuerpo y la experiencia sexual (antes innombradas y pecaminosas), el referente histórico-social, el homoerotismo, la desfamiliarización surrealista, la metapoesía, son los ingredientes que revitalizan el discurso lírico femenino actual. Ya no se está frente al silencio ni a la alienación, aunque aún la palabra sea dicha desde los bordes de una positiva marginalidad que otorga dignidad e independencia. La palabra se ha hecho cuerpo, presencia amada y deseada, porque existe alguien que la pronuncia desde la legítima configuración de un cuerpo diferente que ya no siente miedo, ni vergüenza, sino que muestra un rostro verdadero.
Esto habla de lucha, de sufrimientos, de tortura, de saberes compartidos, de un ejercicio del decir amordazado, pero nunca abatido, de una imposibilidad que se ha hecho cada vez más posible. Prueba de ello es el espacio libertario creado por ellas en todos los ámbitos de la cultura.
"MENESTER"
En este contexto, la poesía de Ángela Neira con su libro "Menester" (Ediciones Etcétera, Concepción, 2015), aparece como una voz que se instala con toda propiedad en una dimensión de género, concepto que implica todo un dispositivo de análisis de discurso.
Se abre, entonces, una zona, una posibilidad de leer la obra. Esta perspectiva, como bien señala la poeta y ensayista Eugenia Brito, hace posible la inclusión, inclusión que en primer lugar abarca a los semejantes, a los que se reconocen entre sí por naturaleza y por cultura: relaciones madre e hija, amistad solidaria entre mujeres, el amor entre mujeres y, como bien señala Andrea Franulic, "los vínculos intelectuales y artísticos, los lazos políticos y la resistencia conjunta, entre otro tipo de asociaciones entre nosotras como ayudarnos a parir o a abortar".
Inclusión que, si pensamos en los posibles significados de la palabra "menester", cobra una mayor significación: "falta o necesidad de algo", "oficio u ocupación habitual". En relación a lo primero, la poeta busca algo a través de la escritura que es su oficio. Es lo que los franceses denominan "quête", esa búsqueda que implica una hazaña, trayecto, apuesta, un objetivo, una aventura.
Respecto de lo segundo, la consideración de que escribir poemas sea un oficio, una profesión, resulta interesante y hasta novedoso (por la fragilidad de nuestra memoria). Pienso que el poeta o más bien ciertos poetas y la poesía con toda seguridad, aún no han caído en las garras de la mercadotecnia y qué bueno que así sea: la poesía "no se vende", ni denotativa, ni connotativamente.
"Me necesito en ti hasta el cansancio", dice la sujeto textual de estos poemas, para referirse a la poesía, en una verdadera "arte poética". Como si quisiera reunir dos cuerpos en uno, ser palabra y la realidad que ella crea: el decir que es un hacer, según Octavio Paz. Y luego, en una suerte de desdoblamiento, verse desde afuera, pero adentro, porque al escribir, narra, cuenta, dice, evoca, convoca, crea, puede concebir "la mayor cercanía que jamás había sentido". La poesía, ya sabemos, es una forma más misteriosa e intuitiva de acercarnos entre nosotros y conocer y sentir el mundo que nos rodea y el que imaginamos como invención, construcción y deseo.
TRADICIÓN
Y RUPTURA
La poesía de Ángela Neira, al inscribirse en esa tradición de continuidad y ruptura que constituye la escritura ejercida por las mujeres, asume un sujeto textual que hace oír el silencio. De ahí que sus imágenes tienen el encanto de un trabajar los sentidos casi al modo simbolista: los perfumes se mezclan, la sonrisa es fugaz, el olor del cabello. Hay imágenes de humedad y la timidez es sólo un pretexto.
Esto dosificado y mezclado con elementos antipoéticos y expresionistas que equilibran sus textos otorgándoles mayor fuerza y expresividad:
"Y tu pierna entre las mías/ Me hacen desearte más que a cualquiera". El tú innominado de estos poemas, se va configurando en la medida que se lo nombra: "Tu sombra me niega la paz que busco cada noche de invierno" y, más adelante, "Es difícil precisar tu figura dentro del paisaje,/ Sin embargo, sé que me miras y te diviertes/ Con mis alucinaciones...".
Su poesía nos invita a seguir la ruta de un cuerpo que se va construyendo a retazos, casi metonímicamente, como si esos fragmentos que descubre el trayecto, fueran agujas que punzan de reojo "ese lacerante país", que debe hacerse un cuerpo propio con "pedazos de carne" (poema "El pabellón).
La escritura cumple la función de un rito, de un conjuro. La palabra tiene el poder de levantar "a esa que duerme y que solamente despierta con evocaciones" ("Cuerpos lubricados").
La poesía como evocación que crea realidad: "Mientras venías del baño te vi en un sueño". Y, en seguida, la separación, la soledad: somos cuerpos fragmentados de puro solos "en busca del verano/ podredumbre feliz, belleza desdichada", como sentencia Fernando González-Urízar en este rotundo endecasílabo que encierra toda la existencia.