Estados Unidos y el retraso de la nuclearización de Irán
Cuando el Gobierno de George W. Bush calificó a Irán como uno de los Estados que integraban el Eje del Mal, lo hizo en consideración de comportamientos y mensajes políticos provenientes de Teherán que buscaban frenar el avance hegemónico de Washington y el posicionamiento estratégico de sus aliados en la zona. En ese contexto, la relación entre ambos estados se tensionó a un punto que recordó la toma y secuestro de la embajada norteamericana en Teherán en 1979. Entonces, y a partir de la relación de Washington con Israel, así como las constantes amenazas de Ahmadinejad en contra del régimen de Tel Aviv, la posibilidad de nuclearización que Irán propugnaba era vista por occidente como una amenaza a la seguridad no sólo de su aliado estratégico, sino que de todo el sistema internacional.
En virtud de la rebeldía que varias veces evidenció el régimen shíi al negar las inspecciones, potenciado con las posteriores expulsiones de los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas estableció sanciones que con los años se fueron recrudeciendo y mermando el avance y el desarrollo de la sociedad iraní. Estas sanciones no sólo generaron un empoderamiento de la oposición al régimen de Ahmadinejad, sino también acrecentaron la sensación de odiosidad de la sociedad política iraní a occidente y, especialmente, a EE.UU.
Sin embargo, el avance del Estado Islámico -grupo de islamistas radicales que presentan una visión distorsionada del Islam sunní- fue utilizado inicialmente por la Unión Europea y luego por Washington como un puente para que los EE.UU. e Irán empezaran con acercamientos estratégicos y con la apertura de negociaciones en distintos ámbitos, buscando nublar la tensa relación entre ellos. De esta manera, la desnuclearización de Irán y el fin de las sanciones pudieron tratarse a partir de la situación de Al Assad en Siria y de los matices con el que habría que analizar los apoyos que da Teherán a Ezbollah en su lucha contra Israel, entre otros aspectos.
El fracaso de EE.UU. en evitar la nuclearización de Corea del Norte y el reposicionamiento que estratégicamente ha alcanzado Rusia, más la amenaza constante del islamismo radical, así como la necesidad de conseguir objetivos políticos a fin de utilizarse con fines electorales, motivaron a Washington a no renunciar a las negociaciones con Irán, presentándose por casi dos años como el principal impulsor de la materialización de un acuerdo internacional. En virtud del análisis que se puede hacer de este acuerdo y del conocimiento del contexto social en el que se suscribe éste, es que puedo señalar que el sentimiento antinorteamericano no decaerá en Irán, debido a la fuerza que tiene el islamismo radical en el país persa y en virtud de la alianza estratégica que tiene Washington con Israel.
Pretender que este acuerdo dará cuenta de una nueva relación entre EE.UU. e Irán es maximizar al extremo las ventajas de este vínculo. Este acuerdo resulta ventajoso y positivo para sociedad internacional, más allá de los intereses secundarios que se pueden desprender de él, ya que retrasa la inminente nuclearización de Teherán.