¿Me lleva por $300?
El profesorado de la zona ha expresado su rechazo al proyecto de carrera docente ingresado por el Gobierno al Congreso y, tal como ha ocurrido en otras ciudades, se ha manifestado a través de marchas para dar a conocer su malestar.
Los dirigentes del magisterio han planteado que lo que se le exige al Gobierno es abrir nuevamente una mesa técnica con otros interlocutores.
La inquietud de los docentes tiene su origen, principalmente, en la falta de participación con que se ha diseñado el proyecto. Si bien ha habido reuniones con profesores de todas las regiones, el gremio siente que la propuesta presidencial no recoge las inquietudes planteadas. Por su parte, los estudiantes esgrimen un argumento similar para marchar, a pesar del anuncio de la gratuidad realizado el 21 de mayo.
Parecido es -aunque en otro ámbito- lo que ocurre con quienes trabajaron en la Comisión por la Descentralización, que ven con desilusión cómo se inicia el trámite legislativo de un proyecto muy alejado de las propuestas formales pedidas y entregadas.
Estos son ejemplos de una molestia que puede traducirse en la idea que "nos escucharon, pero no nos hicieron caso". De ahí la frustración y la falta de confianza.
Para los profesores, el problema mayor tiene que ver con el estatuto docente, pues temen perder algunos de los beneficios, en el caso de quienes trabajan en establecimientos municipalizados. También hay desacuerdo con las medidas de formación y con las evaluaciones constantes a las cuales debieran someterse para ascender en su carrera profesional. A juicio de los dirigentes del área, esto distraería a los profesores de su labor cotidiana y los obligaría a estar pendientes de sus calificaciones.
Existe consenso en la necesidad de mejorar la situación laboral de los profesores, principalmente en lo que respecta a sus rentas. Un maestro con 10 años de desempeño obtiene, en promedio, el 60% del sueldo de otros profesionales con similares formaciones y experiencias.
Lo lamentable es que los paros de actividades dejan sin clases a los alumnos, causan dificultades a los apoderados y, en ocasiones, terminan sin resultados concretos.
La tarjeta BIP hizo que ya no se oyera más esa pregunta en las micros santiaguinas, pero fuera de la Región Metropolitana, donde todavía pagamos con monedas, el ciudadano de a pie -ese que no anda en auto- puede ver al mercado en acción e incluso ser parte de él.
"¿Me lleva por $300 hasta El Trébol?"
Una vez el conductor se volvió hacia mí, que estaba cerca, y aludiendo a la persona que había hecho esa petición me dijo algo así como "a esto han acostumbrado a la gente los gobiernos de la Concertación, a pedir y a pedir, a quererlo todo gratis, y eso que yo no soy de derecha, soy hijo de exiliado, etc."
Y así se desahogó por un rato, haciendo análisis político hasta que llegué a mi paradero y me tuve que bajar.
No creo que la Concertación sea culpable de que la gente pida una rebaja en la tarifa, es más bien la realidad misma.
Cuando en otra ocasión escuché la misma petición de un pasajero, pensé que lo que observaba era simplemente el funcionamiento del mercado en estado puro (luego maticé esa observación): hasta el valor de un pasaje de microbús se puede negociar.
Y si bien esto puede ser duro para el conductor o para el dueño de la micro (el mercado es cruel), es algo que sale intuitivamente del sentido de la justicia que tiene el hombre común y corriente. No corresponde que pague lo mismo el que sólo va hasta El Trébol desde el centro, que el que va hasta Talcahuano desde Chiguayante, y por lo tanto, el posible pasajero hace su oferta.
La regulación del precio, que establece un marco para negociar, es percibida como algo impuesto desde alguna oficina burocrática por alguien que no capta toda la complejidad de la realidad, o que supone que los que hacen viajes más cortos tienen que subsidiar a quienes viajan distancias mayores (¿estatismo, socialismo, estado de bienestar?).
El conductor, por lo general, acepta la oferta, y reconociendo la insuficiencia de la regulación, toma la plata pero no entrega el boleto al pasajero. El rígido Estado queda fuera.
Esto, por supuesto, admite grados. La transacción en monedas permite un arreglo flexible bastante satisfactorio para ambas partes, pero en la capital el Transantiago impone una ley del todo o nada: ya vemos lo que pasa.
Realmente la experiencia de andar en micro (sin audífonos) es mucho más enriquecedora que la del automóvil. La recomiendo vivamente a todo el que necesite una dosis de realidad.