Bingos y peleas de gallo
A raíz del absurdo de habernos enterado por rebote de que los juegos de bingo necesitan conseguir un permiso presidencial para llevarse a cabo, y que la Mandataria deba dedicar una media hora al día para firmar documentos de Estado que los avalen, se han desenterrado numerosas leyes anquilosadas que han permanecido ahí porque nadie se ha preocupado de revisarlas. La lista es extensa, y hasta Joaquín Lavín se matriculó con una de ellas cuando fue alcalde de Santiago: la prohibición de leer cartas del tarot. Así que echó a cuanta astróloga se ubicaba en las inmediaciones de la Plaza de Armas con sus chanchullos poco creíbles de que nos podían ayudar a resolver el futuro con unos naipes colorinches y de significados complejos.
Lavín perdió esa batalla, y otra vez olvidamos que - desde la Colonia - no está permitido embaucar a la gente tonta que cree que con un truco de manos se puede salvar de la desgracia.
Suelo circular por la esquina de Cochrane con Ongolmo y, como en muchas otras calles, hay un señor que se dedica a lavar vehículos estacionados. Me parece que no le va mal, por la cantidad de grandes baldes con agua que mantiene en la vereda, y por la premura con que lo veo pasar de un vehículo a otro. La pregunta es de dónde saca el agua, de seguro no la trae de su casa. Un día, sin querer, me encontré con la respuesta. El caballero posee una llave de esas únicas que usan los bomberos para abrir los grifos en casos de incendios. Así se premune de agua sin límites, y después esconde la llave tras la reja de un jardín infantil que se encuentra en esa cuadra. Ni siquiera necesita llevársela cuando termina su jornada laboral.
Pues bien, en Chile está prohibido lavar autos en la calle o en la vereda. En este caso el delito es peor porque aquel emprendedor de los lavados roba agua, ¡roba agua! Y no es poca. Ese recurso que los demás pagamos a fin de mes, que es tan caro para la gente modesta, y que es un lujo en las regiones con tantos años de sequía continua, a aquel sujeto le sirve como suministro gratuito para su pequeña Pyme. Me late que merece una pateadura, o al menos la visita de un inspector municipal.
Cierto, es ridículo prohibir las nobles veladas de bingos de beneficencia, pero eso no indica que todas las leyes con olor a naftalina deban desaparecer. Por lo pronto, habría que echar una mirada y empezar a descartar o a abolir. En ese proceso quizás nos daríamos cuenta de que debemos seguir oponiéndonos a las peleas de gallos - como proclamó O'Higgins - y a los frescos que roban el agua de los grifos para su peculio personal.