Desarrollo profesional docente y carrera docente
Todo esfuerzo gubernamental por crear condiciones que mejoren la profesión docente en Chile debe ser valorado, pero es menester analizar en su mérito las materias legislativas que la posibilitan. El informe Mckinsey (2007) destacaba que "la calidad de un sistema educativo tiene como techo la calidad de sus docentes". Esta es una razón política y moral más que suficiente para hacer todos los esfuerzos económicos y financieros que sean necesarios para poner a los docentes en lo más alto de las actividades profesionales que han de llevar al país a su pleno desarrollo humano y no a mero crecimiento económico. Esto nos ha de llevar a pensar qué es primero: desarrollo profesional docente y/o carrera profesional?
Daremos unas ideas que justifican ir primero por la profesionalidad docente y después, tal vez, una carrera, si es que sea necesaria para el objetivo final de mejorar la calidad de la educación en nuestro país.
¿Qué podemos aprender de los sistemas escolares más exitosos del mundo? Por ejemplo, que existen acuciosos procesos de selección de postulantes (1 de 10) para dejar sólo a quienes tienen talento pedagógico; que existen altos incentivos económicos para atraer a esos talentos pedagógicos que se ponen al inicio de su carrera y que están a la altura de las profesiones liberales; que la formación está encargada a instituciones que tienen como único fin la educación y no dependen de un mercado de matrículas; que una vez formados, los docentes noveles tienen un entrenamiento mínimo de 20 semanas en las escuelas a donde han sido destinados, la experiencia es esencial; que cada docente destina un 10% de su jornada laboral a su desarrollo profesional, cursos, talleres, seminarios, etc. (está dentro de su contrato); que los docentes visitan regularmente a sus pares con fines de observación y entrenamiento, trabajo colectivo; que los mejores docentes son seleccionados como líderes escolares (y no constituyen una casta de expertos); que se destina un presupuesto anual equivalente a US$50 por estudiante para que los docentes investiguen en mejorar su propia instrucción (¿y en Chile?); que en cada escuela se trabajan colectivamente debilidades y fortalezas (Y en Chile?); que el financiamiento y el apoyo institucional se concentra donde pueda haber mayor impacto y no se le entrega a todos lo mismo como sucede en Chile (asistencia).
Muchas cosas se podrían haber implementado en Chile con el propósito de optimizar el desarrollo profesional docente, como las realizadas en aquellos países que aprendieron que había que poner como criterio la calidad y no la cantidad. Y lo primero es refrendar un compromiso público con la educación y sus docentes, estableciendo un nuevo trato con ellos y que se establezcan universalmente contratos de trabajo por jornadas de 44 horas, y no por horas como lo que sucede hoy en donde menos de un 10% de los profesionales de la educación tiene jornada completa.
Aladino Araneda Valdés
Académico
Facultad de
Educación
Ucsc