El sentido social de las profesiones
El Aprendizaje-Servicio es una metodología de enseñanza aprendizaje, que se diseña e implementa para formar profesionales con una impronta social, en especial en algunas universidades confesionales.
Dicha metodología apunta a concebir una o más asignaturas del plan de estudio como un espacio real de interacción, entre estudiantes y un socio comunitario.
En ese espacio ambos coinciden en un diagnóstico, definición de un problema y posible solución, mediante una forma de trabajo y un compromiso de colaboración que se establece entre ambas partes. Aquello les permite a los estudiantes, futuros profesionales de distintas áreas (salud, educación, ingeniería, arquitectura, etc.), contextualizar los contenidos disciplinares de su carrera y ponerlos en práctica para resolver una necesidad real de un grupo social.
Sin desmerecer el valor de esta metodología socio-formativa y la relevancia que está cobrando en el contexto universitario por la rica experiencia y el esmero de estas universidades por llevarla adelante, a pesar de las propias diferencias internas respecto a cómo se concibe y se forma un profesional, llama la atención que sólo sea una metodología y no lo que siempre debió ser, o alguna vez fue: una línea de acción medular en el proyecto educativo de cada institución formadora de profesionales.
Entonces, ¿cuándo dejó de serlo? Probablemente cuando pasó a ser más importante el valor inmediatista del ganar, por sobre el valor del retorno social, de aquellos beneficios recibidos por haber alcanzado un estatus profesional.
En qué minuto perdimos el sentido de formar profesionales con un claro rol social. Las consecuencias están a la vista.
El apego a las problemáticas sociales y su solución, que ciertamente nos afecta a todos, deben ser parte de la vocación y construcción de un profesional, hoy y siempre.
Por lo tanto, las instituciones tienen el deber y la tarea de recuperar este sentido, más allá del desarrollo de una metodología, que obviamente es efectiva y tiene el mérito de despertar las conciencias de los profesores y estudiantes que la vivencian y, en el mejor de los casos, esperar que trascienda al ejercicio de la profesión.
No obstante, el imperativo es dar un salto cualitativo en el sello social que otorgan las universidades, más allá de ser un discurso, hay que transformarlo en una práctica habitual, en que lo discutible no sea la factibilidad de implementar o no la metodología de Aprendizaje-Servicio u otra, por los costos que implica para formar a los estudiantes en contextos reales, ello debe ser condición sine qua non.
El deber ético es incluir el servicio desde la formación, como elemento sustancial, estratégico e intransable para el desarrollo armónico entre universidad y sociedad.