Credibilidad
La última encuesta Adimark correspondiente a febrero ha arrojado una nueva baja de 5 puntos en la aprobación de la Presidenta de la República, llegando a un 39% de respaldo, el peor resultado de su mandato. A su vez, la desaprobación a su gestión se ha elevado a 52%, respecto del 49% que tenía en enero. No cabe duda que el caso Caval, que terminó con la renuncia del hijo de la mandataria a su cargo de director Sociocultural del gobierno, fue como una bomba que explotó en La Moneda.
Los recientes casos Penta y Caval han provocado a la vez un daño generalizado e incalculable al golpear a referentes o personeros políticos de amplio espectro. No es de extrañar entonces que los niveles de credibilidad del mundo político y la confianza en las instituciones estén en niveles mínimos, lo que es preocupante. Lo fácil en este tipo de casos es caer en las caricaturas y simplificaciones del tipo "Los políticos son corruptos", o "los empresarios no tienen ética". Las generalizaciones son siempre nocivas y habitualmente erradas. No pueden construirse ideas sobre situaciones específicas, y eso debe tenerse presente en cualquier análisis, o incluso conversaciones cotidianas.
La clase política, en su gran mayoría, es de buen nivel, proba, con un genuino interés en lo público, por tanto, situaciones precisas, por cierto censurables, pueden convertirse en una presunta norma. Es grave, porque los niveles de respaldo de nuestras autoridades son magros y probablemente reveladores de una molestia tan profunda, como enquistada en una sociedad cada vez más compleja.
Situaciones delicadas como el vínculo entre el poder y el dinero, o los beneficios que algunos tienen para obtener utilidades sólo ahondan la presión sobre una clase dirigente que parece no entender la profunda desafección que manifiesta la ciudadanía.
Para construir el futuro debe tenerse muy presente que la legitimidad es clave. La autoridad está vestida de honorabilidad, pero no basta decirlo, sino que debe ser real. Cuando eso no sucede, la legitimidad retrocede, el terreno cambia y pasa a ser material fecundo para los populismos, el deterioro del debate y el deterioro de la democracia. Este asunto es válido para el diálogo nacional, como el local, donde la desafección y credibilidad, van muy lamentablemente en baja.