Amor sin barreras
Más de una decena de cartas, varias crónicas en prensa escrita, radio y televisión y hasta una presunta demanda ha suscitado el cobro de estacionamientos en el Mall Plaza Trébol.
Para defenderse, la empresa de retail podría recoger muchos y sólidos argumentos a su favor: Que el cobro no es abusivo ni comparable al de un estacionamiento céntrico, que la iniciativa se aplicó tras una extensa marcha blanca, que se impuso después de Navidad para no parecer oportunista, que a los penquistas ya se les obsequió casi 20 años de shopping gratuito y vigilado, o que con el poblamiento de oficinas y otros servicios en el sector cada vez más vehículos colman el espacio pensado para los visitantes (como ocurrió con el Parque Arauco, en Santiago).
Sin embargo, en tiempos en que la sensación de abuso empresarial lo permea todo, los alegatos en contra de la medida no gozan de sustento legal, pero sí emotivo: Si antes no se pagaba, ¿por qué ahora sí?; si otro mall de la misma cadena en la misma ciudad no cobra, ¿por qué éste sí?; ¿se debería pagar lo mismo por los estacionamientos techados y por los que no? (Sobre todo considerando que hay varios a más de 200 metros del centro comercial en una ciudad donde llueve más de la mitad del año).
Percepción de menor flujo en el centro comercial, llamados a no comprar ahí, quejas por lo poco práctico del sistema de cobro, molestia por el nuevo plano de circulación y señalética del paño. De todo se ha leído, visto y oído en los medios, aunque es casi seguro que muchos de los que se quejan ni se inmuten a la hora de cancelar lo mismo o más en estacionamientos de cuestionable confort esparcidos por el casco histórico; total, allí la regla siempre ha sido la misma.
Puede que los díscolos a la larga se acostumbren y terminen pagando el parquímetro del Trébol. Aunque lo harán a regañadientes, lo que nunca es bueno para un negocio que sustenta su éxito en la pertenencia generada en los públicos de interés y que, sin duda, ya ha invertido muchísimo en actividades que le dan valor agregado y experiencias novedosas al visitante a fin de despertar ese amor a la marca.
La lógica del mercado se enfrenta a la del derecho adquirido. Si bien en una propiedad privada las reglas las pone el dueño, no hay que olvidar que ya una vez se intentó cobrar por estacionamientos VIP en el mismo lugar sin éxito. ¿Ganará otra vez el amor sin barreras? Puede ser, aunque está claro que otro gallo cantaría si el tema se hubiese comunicado estratégica y oportunamente, sin aplicar la política del hecho consumado ni dar pie a meses de rumores y especulaciones.