Cuando sea "viejo"
La orden de Constanza del Río, mi terapeuta ocupacional, es enfática y con cierta carga de ironía: "Tiene que escribir ahora un artículo redactado como si fuera exactamente 30 años antes de la infiltración con la que quedó tetraparésico. Es decir, cuando ya sea un "viejo".
El 21 de febrero de 1981 yo era editor de Deportes de "Las Últimas Noticias". Reportajes esporádicos me abrían las puertas de esa sección, aunque encontraba que inhibía mis afanes periodístico-literarios. No obstante, se me ofreció mantener mis columnas tituladas "A Mi Manera" y "Palabra de Hombre".
El panorama era auspicioso: en esos tiempos el diario se nutría de vigorosos ingresos y de un estilo popular, propicio para buscar cauces originales en periodismo de deportes.
Restauré el equipo. Llevé como subjefe a Julio Salviat, mi compañero de universidad y especialista de alta jerarquía hasta hoy. Me pasaron las llaves para desentornar un portón muy amable: si tenía éxito -y además a la Selección Chilena, por supuesto- iría al Campeonato Mundial de 1982, programado para España.
Solté las bridas de mis bufantes caballos y enrumbé hacia Oviedo y Gijón. Tenía entusiastas 38 años, a pesar de que escaseaban mis habilidades atléticas. Pero no pensaba aún que una enérgica terapeuta ocupacional encontraría que un poco más de tres décadas después sería un "viejo" postrado. El cambio de sección podía otorgarme pasajes a Europa por primera vez.
El director técnico Luis Santibáñez clasificó a la Selección. Crecieron ánimos excesivos, egolatrías desmesuradas, arbitrios sin control. Ya a medio tranco de 1982, un gerente me llamó para decirme que yo encabezaría un equipo con Salviat, el reportero gráfico Alejandro Basualto y Raúl González Junior. Días más tarde, alteró la agenda de vuelo. Un problema con la línea aérea española me obligaba a ir por París. Mi alegría fue un dinamitazo. Siempre soñé con la ciudad de la Torre Eiffel y el Arco del Triunfo. Mejor aún: Ella recorría aquellos parajes.
La clausura de mis sueños de entonces era amarrar mis ideales a esa belleza todavía juvenil y así fue.
Sin internet, me comuniqué por viejas fórmulas con Ella y la amiga cosmopolita que nos engarzaba. Cuando descendimos en París, un grito de bienvenida fue un terremoto en mi corazón. Las fechas del paso por la Ciudad Luz coincidieron significativamente, como se diría en "El Retorno de los Brujos".
Muchos sueños se hicieron realidad.
Casi 34 años después, algunos se han desbaratado. Sin embargo, no soy un "viejo" mientras persistan mi ánimo, mi fe y mi afán de leer y escribir. Y de amar.