Despertar de sueños
La ciudad, más allá de ser un fenómeno de construcción mental, es un espacio abierto y disponible, en un territorio donde conformamos una comunidad. Sea en forma espontánea o consciente, compartimos la responsabilidad de construir colectivamente el tipo de sociedad que somos y/o aspiramos a ser, reconociendo una identidad penquista constituida por memorias, historia y mitos que nos hablan de una sociedad de fuertes contrastes, de personalidad diversa y algo difusa, que ha aprendido a sobrevivir con rudeza.
Terremotos y maremotos nos han azotado (1570, 1657, 1751, 1835, 1939, 1960 y 2010); determinaron incluso desplazar Concepción desde el bordemar de Penco hasta el Valle de la Mocha, a orillas del Bío Bío en 1764. Las evidencias de periodos económicos de bonanza y de decadencia también forman parte de nuestra historia. El auge y desaparición de la industria del carbón en Coronel, Lota y Lebu, el desarrollo textil de Tomé, la producción de loza en Penco, de vidrios y cristalerías, el acero, hoy el área forestal y tantos ejemplos nos hablan de un territorio fecundo en oportunidades que nos permitieron generar, a pesar de tragedias y desencanto, una sociedad exuberante en expresiones culturales vinculadas informal o formalmente a excelentes instituciones de educación.
Hemos sido cuna de personajes de pensamiento crítico, de alta creación artística y también de revoluciones sociales. Nunca nos hemos conformado, hemos evolucionando y hoy se presentan, como nuevo desafío, las transformaciones sociales que permitan el desarrollo tecnológico, el emprendimiento y la innovación.
Sin embargo, el pesimismo y la desconfianza se han instalado en nuestra sociedad. Pareciera que nos hemos abandonado al azar, a que otros resuelvan lo que está en nuestras manos. Parecemos testigos silenciosos y anestesiados ante el deterioro de nuestra ciudad; indolentes ante la carencia del otro y cómodos ante la falta de equipamiento. Hemos convertido en cotidiano ver como proyectos emblemáticos lucen abandonados o son resueltos parcialmente porque hubo falta de diálogo, gestión o de voluntad, como el Puente Bicentenario, uno de los ejemplos más indignantes.
Les recuerdo que nuestra historia nos habla de dificultades y superación, de tragedias y odiseas, de cambios y transformaciones profundas. Nos habla también de cómo hemos superado las barreras y somos una sociedad resiliente. No hay límites para soñar con nuestra ciudad amable, respetuosa con su hábitat, con nuestras expectativas de sociedad inclusiva, democrática y participativa en el espacio público, pero también empoderada en sus derechos y deberes. Ya es hora de que despierte ese penquista consciente de su rol individual y de comunidad. Finalmente es lo único que no podemos abandonar.