Eutanasia
La sala el Senado aprobó la semana pasada el proyecto de ley que busca ampliar el Mecanismo de Estabilización de Precio de los Combustibles (Mepco) que actualmente rige sobre las bencinas de 93 octanos, para que actúe sobre las gasolinas de 95 y 97 octanos. El principio del mecanismo es evitar variaciones de más de cinco pesos en las gasolinas.
El Mepco sustituyó al Sistema de Protección al Contribuyente (Sipco), creado en 2011 durante el gobierno de Sebastián Piñera y que terminó siendo cuestionado. En general, este tipo de iniciativas se remontan al año 1991, cuando nació el Fondo de Estabilización del Petróleo que dio inicio a la historia de siglas y acrónimos que buscan reducir el impacto que tiene en los bolsillos de los chilenos el precio de los combustibles, influido fuertemente por el impuesto específico.
Es finalmente este impuesto el que tiene el peso más importante en las variaciones del precio de los combustibles, según reconocen expertos. A pesar de haber sido creado para la reconstrucción de obras públicas tras los daños del terremoto del 1985, los casi 2.500 millones de dólares que recauda ya no se aplican a aquel evento. Pero su efectividad como gravamen hace muy difícil que cualquier administración del Estado esté dispuesta a quitarlo o rebajarlo.
Es la razón de fondo para su permanencia. Hablar de que es un impuesto que apunta a sectores más ricos de la población (que usa automóviles), o que desincentiva el uso de los vehículos motorizados para el cuidado del medioambiente, o que busca evitar el abuso de los autos para lograr descongestionar, entre tantas otras razones, es casi absurdo.
Aun así, el Estado debe velar porque los precios de los combustibles no terminen castigando de manera significativa a la población. Los fondos y mecanismos para evitar el impacto de los vaivenes en los precios ya han demostrado que tienen un resultado marginal para los castigados consumidores. El tributo específico ya cumplió con creces su objetivo y es necesario que no se siga sometiendo a la clase media a este sacrificio. Es más, como hoy las carreteras son concesionadas, se condena al automovilista a una doble carga. Este es un problema que requiere de una solución definitiva y no de paliativos que no apuntan al tema de fondo: el alto precio que los chilenos pagan por los combustibles.
La eutanasia parece ser un problema de inconmensurabilidad irreductible. Si se toma como punto de partida la autonomía individual, es casi completamente lógico afirmar el derecho a tomar la propia vida cuando parezca conveniente (aunque implique hacer una distinción entre la vida y la persona, considerando la vida como un bien de la persona y no como el sujeto mismo).
Más todavía, el suicidio podría tomarse como la manifestación máxima y definitiva de la propia autonomía: disponer de uno mismo hasta la propia destrucción. Si acaso acabar con el propio "yo" implica también la anulación de la autonomía y por lo tanto una contradicción en términos, es otro problema.
En cambio, por otra parte, si se considera que la autonomía personal no es absoluta, que el individuo no puede disponer completamente de sí mismo, ya sea por vínculos sociales previos o por la dependencia del Creador, entonces el suicidio no parece algo lícito.
De hecho, cuando Santo Tomás de Aquino trata del suicidio en su consideración de la justicia, nota que el individuo tiene deberes con la comunidad y que el suicida haría abandono de esos deberes. Ambas posiciones, al tener puntos de partida tan distintos, no parecen reconciliables; no sería posible un punto de encuentro ni diálogo entre ellas.
Sin embargo, aunque el suicidio implicase una injusticia para con la comunidad se entiende que no tendría mucho sentido legislar en su contra: quien quiera tomar su propia vida puede hacerlo sin mayor impedimento y una vez realizado el acto éste no puede ser castigado.
Pero no es éste el problema de la eutanasia. La eutanasia, tal como se la concibe hoy, no es un suicidio a la Hemingway: un trago de whisky, un escopetazo sin pedirle permiso ni perdón a nadie y al infierno con todo. La eutanasia busca la asistencia en el suicidio, ayuda en el acto, reconocimiento de un derecho por parte del resto y hasta la aprobación de los demás en la decisión de morir.
La eutanasia busca el apoyo de las leyes y mira a la sociedad (a la que se renuncia). ¿No se trataba de la autonomía personal?
La eutanasia, en la medida que busca la asistencia material en el acto del suicidio de quien está impedido para hacerlo por sí mismo, en la medida en que busca la aprobación social mediante las leyes y la afirmación de la comunidad, hace patente que el ser humano no es completamente autónomo. Es un animal racional dependiente, como dice Mac Intyre, por mucho que le pese, y si no lo fuese, no sería humano.