Una
La compra de víveres es pequeña: pan, huevos, brócoli, pasta de dientes y un pack de cuatro rollos de papel higiénico. Mientras cancelo, veo de reojo que la chiquilla del empaque ya me ha encaletado tres bolsas. En particular, una sola bolsa, por separado, en la que echó el papel higiénico.
¿Cuál será su línea de pensamiento lógico? ¿Creerá que, porque el papel se usa en el baño para el más tabú de los aseos personales, no puede mezclarse con alimentos? Dicho sea de paso, el pack ya viene en una bolsa hermética y se necesitan garras para poder abrirla. No es culpa de la chica, sino del encargado del local, y del gerente, y de la empresa.
En otra oportunidad, la pelea se produce en la entrada del supermercado. En días de lluvia a estos siúticos les ha dado por ofrecer al cliente una bolsa larga para introducir el paraguas, no se sabe si es para que no se moje uno la ropa, o para que no estile en el piso que, por lo demás, ya está mojado con la circulación de los zapatos. De todos modos, lo veo inútil, y es más bien una burrada de marketing destinada a simular preocupación por los clientes. Hasta en eso nos fijamos para atenderle mejor, estimados consumidores. Dicha gentileza no debe costar más de tres pesos por persona.
Por supuesto, ello implica una disputa y cuasi forcejeo con el guardia que, si te ve un paraguas, insiste en meterte una bolsa porque así lo demanda la empresa. Varias veces he debido entrar de manera furtiva, como un delincuente, para librarme de una bolsa.
Le cuento esta historia, ya repetida, porque nuestro municipio, junto a otros en el país, se ha propuesto la difícil tarea de restringir gradualmente la repartija a destajo de bolsas en supermercados y tiendas. Una misión loable que chocará con impensados escollos, como la nula conciencia ciudadana acerca del daño que provocan las bolsas y de la responsabilidad que nos compete en ello.
¿Qué será de las bolsas de los ambulantes? Como jamás han aceptado ninguna norma, como son patudos al ocupar las esquinas y llorones si les quieren delimitar el espacio y las veredas, difícilmente dejarán de meter los tomates y las berenjenas en esas bolsas piñuflas que valen menos que un peso. Con mayor razón, los vendedores de pescado en Aníbal Pinto, la calle más inmunda de la ciudad.
Hace años una gran tienda quiso introducir un tipo de bolsa biodegradable; era áspera al tacto. Y muy hedionda. Tuvieron que retirarlas porque el público no las aceptó. ¿Cómo se iban a ir para la casa con esa cochinada? Ya ve, el problema de las bolsas plásticas es muy democrático: todos somos culpables.