Redes complejas
La alianza entre las redes sociales y el periodismo todavía no se consolida. Hace unos años, la facilidad con que las personas se podían comunicar entre sí y hacer llegar sus mensajes al resto de la humanidad -vía Twitter, Facebook, Youtube, celulares y otros- surgió como la mejor respuesta para la necesidad de informar e informarse.
Dada la cantidad de usuarios, si Twitter fuera un país, sería el número 12 más grande del mundo. En 2009, según Time, gracias "a estos breves y rápidos informes de parte de los miembros de su extensa red social, usted obtiene una satisfactoria ojeada de sus rutinas diarias. No nos parece inadecuado iniciar una conversación telefónica con un amigo preguntándole cómo está. En Twitter usted recibe la misma información sin tener siquiera que pedirla".
De ahí vino la multiplicación de mensajes al estilo de: "Estoy tomando mi desayuno", "saliendo del supermercado con las compras de la semana", "abriendo la puerta del garaje" y otras mil informaciones igualmente desabridas, salvo para pololos frenéticos deseosos de comunicarse todo, absolutamente todo.
Esta etapa produjo una primera reacción negativa: "Nunca hemos estado más separados los unos de los otros… o más solos", apuntó el escritor norteamericano Stephen Marche. Como respondiéndole, Rodrigo Daire, gerente en Chile de com-Store, dijo en 2011: "Lo que vemos es el paso de la comunicación personal a la comunicación participativa".
La siguiente etapa la estamos viviendo ahora.
En los últimos días, en nuestro país, supimos de un feroz ataque tele-cibernético contra la psicóloga Pilar Sordo y vimos, en detalle, el intento del "Tarro", un niño de las cercanías de Talca, por batir sus propios récords en bicicleta hasta que quedó tendido en el suelo. Lo peor, sin embargo, fue el suicidio de una persona desde lo alto de la torre del Costanera Center, visto, registrado, publicado y comentado en internet por "reporteros ciudadanos".
¿Para esto queremos toda la parafernalia digital que tenemos a nuestra disposición?
Estos excesos no son nuevos. El periodismo siempre estuvo expuesto a ellos, pero, empezando por la prensa escrita, terminó por aprender que el prójimo siempre merece respeto.
Hoy es impensable -salvo en regímenes totalitarios- impedir el acceso a internet. Pero deberían ser los propios usuarios quienes midieran responsablemente su uso. Estamos cada vez más convencidos de que, en definitiva, la autorregulación ética es siempre la mejor opción.
Y, por eso mismo, los medios tradicionales no pueden dejarse arrastrar por las malas prácticas de algunos usuarios.
Nuestra Región ha sido escenario de situaciones que van en claro desmedro de estudiantes universitarios ante evidentes irregularidades que se han cometido en algunas casas de estudios superiores, que suelen culminar con deficiencias financieras, administrativas y académicas, jugándose con el patrimonio y los sueños de los padres de esos jóvenes.
La amplia libertad para ir a la formación de nuevas universidades y el escaso control oficial sobre los procedimientos, finanzas y calidad de las mismas ha permitido todo tipo de excesos en ciertos establecimientos, habida consideración de la seriedad con que se han desarrollado tanto en infraestructura como en prestigio algunas universidades con asiento en Concepción.
La preocupación no gira en torno a estas últimas, sino en aquellas que incumplen los parámetros más elementales, de ahí que la figura del administrador provisional, propuesta recientemente, debería traer tranquilidad tanto a los estudiantes como a sus familias.
Toda libertad se maneja entre límites que la propia sociedad debe fijar, pero lo que no puede aceptarse es lucrar con la educación universitaria y además incumplir los requisitos básicos para impartir cualquier enseñanza, entre ellos una infraestructura pertinente, seriedad administrativa, profesores calificados, planes de estudio de nivel y mercado razonable para sus egresados.
En el Bío Bío se sabe de casos de carreras sin ninguna opción en el campo laboral -que debieron ser suspendidas- y hay otras sin mayor futuro, de lo cual se desprende que la falta de información a nivel de familias y alumnos es grave, ingresando a planteles que no les brindarán perspectivas claras de desarrollo profesional y personal.
Los institutos profesionales y los centros de formación técnica deben cumplir un papel trascendental en la educación superior chilena, habida consideración que sólo un porcentaje de los jóvenes puede ingresar a las universidades. Debe hacerse, eso sí, con clara información de qué se ofrece y qué aceptación habrá de ello en el mercado laboral. Cuando ocurran fallas estructurales una administración provisional puede ser la respuesta.