Abstención y jóvenes
La participación electoral en los pasados comicios no nos puede dejar indiferentes, en especial a aquellos que convertimos la educación superior en un ámbito de desarrollo profesional y personal. En el proceso en que los chilenos tuvieron la posibilidad de votar para elegir presidente, parlamentarios y, de manera inédita, a consejeros regionales, la abstención alcanzó un nivel preocupante. De un padrón de unos 13,5 millones de ciudadanos habilitados para votar, sólo 6,6 millones ejercieron su derecho.
A pesar de los mecanismos establecidos, como la inscripción automática y el voto voluntario, no se logró revertir la baja participación y se podría presumir que aquellos que sufragaron fueron los mismos que lo han hecho históricamente y que tienen incorporada en su esencia la cultura cívica.
Si bien es inquietante que los chilenos en general no acudan a las urnas, más preocupante resulta que los jóvenes no lo hagan. Aunque no contamos con cifras sobre participación de la población juvenil en este proceso, es del todo posible plantear que fue este segmento el gran ausente en las elecciones, si consideramos que en el antiguo sistema ya se notaba una disminución del interés reflejada en la baja inscripción electoral. En el tramo de 18 a 29 años, la inscripción en los registros disminuyó de 36% en 1988 a 9,7% en el 2005. Por lo tanto, si antes los jóvenes no manifestaron interés por inscribirse, hoy no mostraron interés por votar. De nada sirvió facilitar la participación a través de la inscripción automática.
El hecho de que los jóvenes, sobre todo aquellos que acceden a mayores grados de educación, se resten de estos procesos democráticos, tiene varias aristas. Indudablemente por el bien del país y de la democracia, se espera que los jóvenes se interesen en los asuntos públicos, les importe el futuro de la sociedad y utilicen el mecanismo de participación por excelencia, el voto.
Pero además de lo anterior, es contradictorio que en un periodo en que la educación ha estado en el centro del debate y en que los jóvenes, a través de diversas estrategias, algunas muy ajenas al sentido democrático, han planteado su descontento con el actual sistema, se resten en el momento clave.
El próximo Congreso tendrá el desafío de discutir tres relevantes proyectos de ley para la educación superior. La iniciativa que crea la Superintendencia de Educación Superior, aquella que modifica la ley de acreditación y el proyecto de financiamiento estudiantil serán discutidos y votados por los parlamentarios electos el pasado 17 de noviembre. Levantar la voz en la calle no es el camino para resolver asuntos tan trascendentes para el destino del país. La manera de influir era votando, de manera informada, por aquellas autoridades que interpretaran de mejor manera lo que cada uno quiere y espera de la educación. No haber acudido a las urnas me parece una irresponsabilidad y un mal augurio.