Una experiencia soul que fue más allá de Ray Charles
Cuando Pete Peterkin sube asistido por la ceguera al escenario de Marina Club, lo hace claramente para crear la ilusión de que se está ante Ray Charles. Sin embargo, con el correr del espectáculo, uno se percata que la finalidad va más por el lado del humor que de la personificación. La idea no era otra que dibujar una sonrisa, que se mantendría por el resto de la velada.
Y es que el show del jueves, como parte de la octava jornada del ciclo "Jazz, vinos y blues", no se trataba precisamente del autor de "Hit the road Jack", sino del propio Pete. En este caso, del amenizador, showman y entertainer, dueño de una voz acorde a algunos maestros del R&B y soul. Pero la de Charles es la que mejor le resulta.
DE LO QUE SE TRATABA
Aquella suerte de excusa se cumplió con creces durante la primera hora, con algunos de los éxitos más recordados del cantante y pianista, como "Georgia on my mind" o "Unchain my heart".
Pero a Pete no le importaba salirse del personaje para imitar a otros ídolos como Louis Armstrong o Stevie Wonder, hasta personificó a Obama cuando alguien se lo pidió.
La complicidad del público en Marina Club estuvo entre los puntos altos del espectáculo, lo cual se acentuó cuando Pete se salió de Ray Charles y sorprendió con temas de Wonder y los bailes frenéticos de James Brown. Así se construía un entretenido homenaje a la película "The Blues Brothers" incluyendo a dos personas sacadas de la audiencia que debían cumplir el rol de los protagonistas. Al tiempo, Peterkin bromeaba al son de "Soulman", o con lo que podría considerarse la mayor experiencia colectiva del jazz: "Minnie the Moocher" de Cab Calloway.
Por carisma, desplante y una voz notable, Peterkin mereció el aplauso de la asistencia, e incluso, cual rockstar, fue abordado para sacarse fotografías tras el show.
Pero esta vez la mayor nota no será para él, sino para el grupo de músicos penquistas que lo acompañó a un gran nivel. Nombres como los hermanos Arriagada en batería y guitarra, Pablo Vidal en bajo, Pamela Romero y Cecilia Gutiérrez en coros, así como secciones de violines y bronces, con un Ignacio González en saxo que a ratos oficiaba de maestro de ceremonia. No sólo fue leer e interpretar cada partitura de forma impecable, sino que supieron seguirle el juego al cantante desde lo musical y coreográfico. Captaron cada vibra, acertaron a cada pausa, fluyeron con cada emoción. ¿Acaso no es eso de lo que se trata el soul?